miércoles, 31 de diciembre de 2008

El día de hoy...

Me percaté haciendo el recuento de este año muy a la Bridget Jones, es decir:

Kilos perdidos = 20 kilos y con ellos también se han ido miles de complejos, mucha ropa talla extra grande, personajes rancios, temores infundados. Y al limpiar mi organismo pude limpiar mis emociones, mi espíritu, mi closet y mi cabeza.

Litros de alcohol consumidos = sin comentarios, si los juntamos me doy de santos de no haberme vuelto inflamable.

Amigos = un chingo de gente linda que aunque ya conocía se han ganado un especial afecto, otros tantos nuevos personajes que tienen mucho potencial para quedarse a pasar ratos de todo tipo en conjunto. Y obvio las personas que están siempre, y no por eso dejan de tener su importancia, al contrario, son como los buenos vinos, entre más tiempo pasa mejor saben esas complicidades, esas sonrisas, esos enojos, esas lágrimas, esos abrazos, esas cagadas, esas pedas, etc.

Trabajos renuncidos = Uno, y no me arrepiento (mal haría de arrepentirme de mis propias decisiones), he descubierto que existe un mundo alterno al de la oficina, en el que sale el sol, la gente sonríe (y camina por las calles), no sufro de gastritis, veo a mi gente entre semana y hasta me puedo dar el lujo de dormir temprano o despertar tarde. Además descubrí una nueva Caperuza (¿o será la vieja?, dá igual), la cual es ordenada, la cual no es impaciente, a la que le gusta estar en su casa y en su cocina, la que se ríe de cualquier estupidez, la que no le importa llorar en público, la que le gusta hacer ejercicio, la que disfruta del frío, la que devora libros sin ninguna piedad, la que escucha la música que quiere cuando quiere, la que no vuelve a agachar la cabeza por miedo de nada ni de nadie; y lo más importante, la que el día de hoy es feliz (sin un peso en la bolsa, pero feliz).

Trabajos obtenidos = Cero, bueno en uno casi casi estaba dentro, pero el hubiera es el pasado del verbo ni modo, así que ni pex, seguimos en ceros.

Galanes-Novios-Pretendientes = Chale, ya empezamos uno de los temas más espinosos, digamos que por un lado este año ha sido insólitamente divertido, han vuelto aquellos que andaban de parranda, como el General, o como el Señor Panza, han aparecido nuevos elementos como lo es el Señor Sonrisa y el Moto-Migra, pero ninguno de ellos se ha animado a quedarse de planta. Y ahí viene lo espinoso, sigo como empecé solita y mi alma, ilusionada con la reaparición del General, reconociendo cada paso que doy, con el temor (muy fundado) de que la constancia que lo ha caracterizado por las últimas semanas se esfume y él vuelva a desaparecer, dejando tras de si la desolación del derrumbe de todos los castillos que aún involuntariamente me permito construir con su presencia y sus atenciones. Sólo el tiempo dirá si se queda o se va.

Pedas memorables = Un chingo por contar, y más por recordar, las importantes creo que son aquellas en las que reí inconmensurablemente, entre las que encontramos: a) los Sábados Light de la Niña Sueña (la Profis) y esta Caperuza, en los que íbamos a disfrutar de 1 o 2 tragos coquetos y terminamos en gran amistad con los dueños del antro y regresamos a casa ya con luz de día, después de haber recorrido bares y antros con tan simpáticos personajes; b) mi memorable peda de whisky, en la que según mis cuentas, tomé sólo 4 tragos (posteriormente me enteré que me empiné yo solita y sin ayuda 1 tellita, ¡que garganta la mía!), y sentía que el piso se me movía, andaba pegando estampitas en todas las paredes y llegué a casa avisando a Doña Ros que me encontraba en estado muy inconveniente, siendo que al día siguiente jamás había tenido una cruda así, una amiga tuvo a bien decirme: mija, ya empezaste la edad de los nuncas: nunca había tenido una gripa así, nunca había tenido una cruda así, caray!; c) El bacanal en Coco, fue maravilloso, sobre todo porque fue a los 2 días de haber pasado la cruda de la peda antes señalada, en la que estuve con amigos que hasta ese entonces no había considerado como tal, y sobre todo había jacuzzi, ¡jajaja!; d) La linda briaga que agarramos mi Adorada Princesa y yo en algún antro de Polanco, en la que empezamos ella y yo a las 8 de la noche y no recuerdo a la hora que llegué, sólo sé que fue una de esas “noches de caridad” (a este respecto, prometo dar mayor detalle en algún post posterior) en las que al tipo más feo, le hacemos creer que es un portento de belleza y elegancia, y no dejamos de bailar con él, ¡ja!

Frases memorables = Hijole aquí no hay mucho, pero las que hay, considero que fueron muy buenas: a) Si pudiera encuadrar como delito lo que este cabrón te hizo, me cae que ya estaría en el bote el hijo de la chingada (a la Profis cuando Niño D se puso sus moños); b) Amiga, ¿te has percatado que tenemos un gusto increíble para la ropa, los zapatos, bolsas, accesorios, comida, alcohol, lugares, pero un terrible gusto para escoger hombres? (a la Niña Sueña, o Profis); c) Si ese no es puto, noooo, ese es más torcido que las trenzas de Lola Beltrán (Frase de mi adorada Marilú).

Libros leídos = Un chorro y dos montones, el tiempo libre que te brinda el desempleo te permite leer hasta el contenido de la pasta de dientes, e incluso decir “monoflorurofosfato de sodio” de corrido. En este rubro hay muchos y muy variados, puedo decir que todos los libros que leí este año ellos tuvieron a bien elegirme a mi como su lectora y no al revés. Gracias a ellos no me he vuelto loca, gracias a ellos ya estoy loca.

Blogs en los que escribo = Este, y soy muy feliz con él, agradezco a los que leen, a los que comentan, a los que no leen y a los que no comentan también. Se ha vuelto mi espacio en el que puedo sacar lo mejor o lo peor que traigo dentro y seguir adelante en mi vida alterna.

Este año fue campechanito, tuvo de todo un poco, sólo puedo decir: gracias 2008, ¡¡¡bienvenido 2009!!!

sábado, 29 de noviembre de 2008

Todos Vuelven…

Eso es lo que siempre me dice Marilú, cada que un amor se va, siempre me repite lo mismo: mi niña, no le llores, recuerda que tarde que temprano todos los hombres vuelven; así tú ya ni te acuerdes de ellos, en algún momento ellos se acuerdan de ti, y por cualquier pretexto se vuelven a presentar en tu vida. Marilú es sabia, sobre todo porque en su dicho guarda una verdad casi absoluta. Y para muestra, un botón…

Aproximadamente hace como tres años, yo tenía muy poco tiempo de haber terminado con el hasta entonces “amor de mi vida”, situación que me había costado trabajo superar y que al fin estaba por salir del luto debido, cuando el novio de una amiga, a quien denominaremos Sr. G, decidió que yo no podía seguir solita por el mundo, por lo que tenía que presentarme a alguien. La novia del Sr. G (mi entonces gran amiga, a quien para efectos prácticos denominaremos Green Eyes), le sugirió que me presentaran al gran amigo, casi hermano del Sr. G, el hombre en cuestión lo denominaremos como el Señor Panza. Green Eyes veía muy simpático que los grandes amigos y las grandes amigas terminaran en “gran idilio” (no me extraña de tan gran persona tanto en tamaño como en figura y por lo visto de tan grande pensamiento).

Por alguna extraña razón el Sr. G no estaba tan convencido de que la ideota de su novia fuese tan maravillosa, así pasó el tiempo y en alguna ocasión mientras jugábamos el acostumbrado dominó de viernes por la noche, acompañado de pizza y una que otra bebida espirituosa, el Señor Panza le llamó a Sr. G con la intención de localizarlo y por supuesto alcanzarlo donde el Sr. G se encontrara. A Green Eyes se le iluminaron los ojitos, y no dejó de jorobar al pobre Sr. G hasta que lo convenció de invitar a la reunión al Señor Panza.

El Señor Panza llegó a casa de la Caperuza bien servido, por no decir que se encontraba dos rayitas arriba del adjetivo de ebrio. De físico no puedo decir que se trate de un hombre atlético, por el contrario dista mucho de serlo, el Señor Panza lo recuerdo como un hombre chaparrito, pelón y panzón, pero de facciones no estaba tan dado a la calle, por el contrario, digamos que estaba medio guapetón, lo suficiente para que la Caperuza no lo descartara definitivamente. Así pasó la noche y el Señor Panza estuvo realmente poco tiempo, en virtud que era mínimo lo que le faltaba para el punto de la congestión alcohólica. Esa noche el Sr. G se disculpó por la embriaguez de su fino amigo.

Al día siguiente por la tarde recibí la llamada del Señor Panza, en la cual se desvivió en disculpas por haber llegado tan borracho a mi casa, cosa que siendo sinceros, me daba lo mismo, así que le hice saber que no tenía mayor importancia. El Señor Panza me invitó a cenar en la semana para redimirse después de la forma en que nos cocimos y yo acepté.

La cena quedó agendada para el martes o miércoles de la siguiente semana, y así fue que el Señor Panza fue por mi a mi casa y decidió llevarme a cenar a un lugar cuya especialidad es el pato, me pareció un hombre muy atento y galante, el pequeño problema que le encontré fue que por andar de preguntona, me dieron la respuesta menos esperada, es decir, la Caperuza preguntó: y a todo esto, cuéntame, dónde vives, y vives sólo o con tu familia?, y el Señor Panza respondió: Pues mira Caperuza, de eso mismo quería platicar contigo, vivo con mi esposa y mis dos hijos, pero ¿no hay problema, verdad?, en ese momento me imaginé a mi misma tomando mi bolsita y mi dignidad y salir corriendo del lugar, iba a ejecutar lo que mi pensamiento me brindaba, cuando recordé que traía unos hermosísimos cacles de tacón como de 10 centímetros, de esos que se ven divinos, pero no es precisamente el calzado idóneo para correr en las olimpiadas, así que desistí de mi hasta entonces plan A y opté por el plan B, que era quedarme en el lugar y seguir como si nada, así que respondí con mi mejor cara de jugadora de póquer: Noooo, yo no creo que el hecho de que vivas con tu esposa y tus dos hijos represente problema alguno (siempre que no pretendas chuparme la boca y querer tener noches interminables de pasión conmigo, esto sólo lo pensé, ya que no lo dije, al menos no en ese momento).

Después de la cena, el Señor Panza me llevó a mi casa, y antes de bajar de su auto, tuvo a bien decirme que yo le interesaba como algo más que como una simple amiga, que su matrimonio estaba muy mal y que si no fuera por sus hijos, él ya se hubiera divorciado de su esposa (¿Neta tengo cara de taaan pendeja o taaan urgida como para caer con ese cuento?). Me compadecí del hombre y espeté: Que lástima que esté tan mal tu matrimonio, de verdad lo siento mucho, pero me imagino sigues durmiendo en la misma cama que tu esposa y seguramente cumples con el denominado “débito carnal” que incluye el contrato matrimonial, así las cosas, ¿crees que me la puedes dejar ir mientras se la dejas ir a tu esposa?, yo pienso que no, y mira, mejor seamos buenos cuates, cuando quieras platicar, con gusto te escucharé, pero desde ahorita te digo que no sé jugar a ser la señora de casa chica y no lo voy a jugar contigo.

Marilú es muy sabia y también me ha dicho que los hombres tienen una autoestima como de Brad Pitt, aunque les digas: NOOOOOO!!!, ellos creen que te estas haciendo la difícil, y que segurito si insisten caerás. El señor Panza no fue la excepción ante tan clara regla, y siguió insistiendo, con llamadas, mensajes, correos, regalos, y demás, yo lo atendía como a un amigo y nada más. Y por fin, un día (después como de 6 meses de negativas de mi parte) sucedió que el señor Panza se cansó y dejó de insistir.

El Sr. G terminó su relación con Green Eyes, y siguió siendo amigo mío por alguna extraña razón, así fue que un día me confesó que el motivo principal por el cual no había querido presentarme al Señor Panza era porque estaba casado y con familia y consideraba que yo no merecía un personaje así en mi vida, sólo que su entonces novia, la Señorita Green Eyes, podía ser harto convincente. También reconoció que le dio mucho gusto la forma en que yo mandé a su amigo a ver… al mago.

Hace como 3 días recordé una vez más eso de que “todos vuelven”, ya que me habló Sr. G, tenía tiempo sin saber de él, entre lo mucho que platicamos fue que el Señor Panza ha preguntado mucho por mi, que ya se divorció y que está tratando de localizarme, me reí y sólo contesté: dile que le envío un saludo, el Sr. G también rió y continuamos con nuestra plática. Al final del día, todos vuelven.

jueves, 13 de noviembre de 2008

La Veloz aparición del Moto-Migra

Viernes por la noche y yo sin plan para liberar la tensión de mi frenética vida como desempleada, mientras trataba de encauzar mi hiperactividad propia del día y de la hora acomodando aquellos papeles que ya eran considerados como parte de la decoración de mi recámara, sonó el teléfono, era una vieja amiga, que para efectos de este cuento denominaremos como la "Señorita Igor", quien me hacía una atenta invitación para el día siguiente a una “pequeña reunioncita” en su humilde morada. Dicha reunión tenía su motivación principal en que sus padres estaban de viaje y tanto ella como su hermano, a quien para efectos prácticos denominaremos como el Ranchero Citadino, tenían ganas de conbeber, digo de convivir con sus amigos más cercanos. Me sentí como niña de secundaria que es invitada a la “casa sin papás” para jugar a la botella. Pero con eso de que mi agenda estaba desierta para ese sábado, acepté gustosa la invitación.

El sábado por la noche me presenté con mi mejor carita, una botella (no fuera ser que no hubiera suficientes pa’ jugar a la botella), una bolsa de hielo y mi maleta para pasar la noche en casa de mis anfitriones. En la mesa se encontraban los de siempre: la Señorita Igor, el Ranchero Citadino, su prima, y unos “nuevos amiguitos” de la Señorita Igor, uno de ellos era algo así como galán de balneario disfrazado de “gente decente”, y al otro ni la cara le vi, ya que estaba escondida detrás de una gorra naranja.

La velada pasó con juegos propios de la ocasión (no se me hizo jugar a la botella, ja!), y entre juego y juego… el Ranchero Citadino terminó bien anestesiado por una linda botella de ron, por lo que decidió irse a dormir, el galán de balneario terminó “conociéndose mejor” con la prima de la Señorita Igor en alguna de las habitaciones de la casa, la Señorita Igor durmió la reunión desde un sillón de la sala y la Caperuza terminó platicando con el muchacho con la cara detrás de la gorra naranja, a quien denominaremos como el “Moto-Migra”. Así fue como me enteré entre otras cosas, de su pasión desmedida por las motocicletas, que cuidaba la suya como a la niña de sus ojos. También hizo mención que la ex novia lo había botado no hace más de 24 horas hasta ese momento, y que se sentía aliviado, según dijo porque era un peso que tenía encima desde hace mucho tiempo. 

No sé si fue el exceso de “embellecedor” (alcohol) en las venas del muchacho Moto-Migra o el ambiente propio de la velada provocó el impulso en los ímpetus del muchacho Moto-Migra, la cosa es que me pidió un beso, y como los besos son como un vaso de agua, pues no soy quien pa’ negarlos… así las cosas, el muchacho Moto-Migra y la Caperuza se dieron uno que otro besito, ocasionando que la gorra color naranja volara y me permitiera descubrir a un atractivo ejemplar de hombre, al menos en apariencia.

Después de una interesante sesión de besos, el Moto-Migra decidió que era momento oportuno pa’ retirarse, tomando en cuenta que el señor trabajaba el domingo y ya era domingo, le quedaba el tiempo exacto para irse a bañar y cambiar e irse a su trabajo.  Lo anterior no sin antes intercambiar números telefónicos y promesas de vernos pronto, la mera verdad y después de mi experiencia, sólo agradecí la sesión de besos, que como diría mi estimada Niña Sueña: “siempre es rico un beso, sobre todo después de que llevas mucho tiempo sin recibir uno”.

El empleo del muchachito en cuestión es el cual le da origen a parte de su nombre, ya que la rola de agente de migración en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, y trabaja un día si y un día no, algo raro, pero así es. Por lo que al día siguiente tuve a bien enviarle un mensaje de solidaridad en su crudo y trabajoso día, el cual respondió al instante enviándome su gratitud y besos.

Así pasó el tiempo, entre mensajes de celular y correos electrónicos, (¡que frías se han vuelto ahora las relaciones con el exceso de medios de comunicación!) con vagas promesas de vernos “un día de estos”, hasta que llegó el día en que acordamos vernos un lunes, para ir a cenar y beber una chela. Según el Moto-Migra me marcaba cuando saliera de trabajar para acordar el lugar dónde pasaría por mi con el objeto de cumplir con la cita acordada.

El lunes llegó, todo el día traje en la cabeza la posibilidad de que el Moto-Migra no marcara, pues cual fue mi sorpresa que a las 9 de la noche marcó y a los 20 minutos ya lo tenía tocando el timbre de la casa, Doña Ros tuvo que ir a abrirle al nene, ya que una servidora estaba en el proceso de dejar la cara de muerto fresco pa’ convertirse en una persona normal. Moto-Migra se adaptó a la situación perfectamente, y platicó un rato con la autora de mi existencia, yo salí partiendo plaza con mis mejores atuendos “casuales”, no fuera a pensar el susodicho que me arreglaba sólo para él (mmmjú).

El Moto-Migra no se sentía del todo familiarizado con la zona en la cual se ubica la casa de la Caperuza, por lo que tuve que ser yo quien diera las opciones de lugares con el objeto de que el mozalbete decidiera. Así fue como terminamos en uno de esos restaurantes de comida árabe y que se puede fumar shishas de sabores.

Mientras disfrutábamos de la shisha, la cena, la plática y los tragos, el ambiente ocasionó que no pudiéramos evitar chuparnos la boca con las ansias de aquellos que se traen ganas desde hace un buen rato.  En la plática me informó sus intenciones tanto en el ámbito laboral como conmigo, siendo honestos las segundas me interesaban más que las primeras. Y sus intenciones para con la Caperuza eran conocerla mejor y sobre todo, no volver a dejar pasar tiempo sin verla. El muchachón parecía sincero, aunque tengo claro que a un hombre caliente no se le debe creer la mitad de lo que diga (y la otra mitad ponerla en duda).

Terminamos la cena, siguieron los tragos, continuó la plática y siendo ya martes de madrugada, los encargados del lugar tuvieron a bien invitarnos a desalojar.  El Moto-Migra, me llevó a mi casa, con la firme promesa de volver a vernos “pronto”. Al llegar a su casa, me envió un mensaje agradeciendo la velada. Yo estaba realmente emocionada, en mi cabecita crecía la esperanza de que posiblemente los Dioses del Amor se hubieran apiadado de mi y por fin hubiera llegado uno “con zapatos” a querer ganar el corazón de la Caperuza.

Los siguientes días recibí varios mensajes y llamadas del Moto-Migra, de repente y sin aviso de por medio, pasó que el tipo se diluyó en mi mente y dejó de enviar mensajes y llamadas. La Caperuza lo buscó dos veces, sin éxito alguno. Con desilusión, abandoné la campaña y cambié la página, si él ya no estaba interesado, ¿yo por qué demonios debía estarlo?

Después del muchacho Moto-Migra, reconocí con orgullo herido que aún no estoy preparada para prender y apagar mi botoncito de la ilusión sin consecuencias agresivas en mi persona, ya que estuve de mal humor alrededor de 2 semanas, tratando de imaginar el motivo del repentino desinterés del personaje en cuestión. Un mes después, mientras trataba de encontrar formas diversas en el tirol del techo de mi recámara, llegó a mi la inspiración y con ella la firme idea de que solo tenía que vivir la experiencia, al fin y al cabo, todas y cada una de las experiencias que vivo me hacen ser la persona que soy.

No pretendo casarme con el primer individuo que se presente a mi puerta (de hecho no sé si pretendo casarme algún día), mi espíritu de “Susanita” (Mafalda) está bastante atrofiado. Por lo que después de esta vivencia, considero que tratar de ver más allá de lo que tengo enfrente es muy pretencioso de mi parte. Así las cosas, viviré más, sentiré más, pensaré más y me ilusionaré y soñaré menos, puede ser que así disfrute más de lo que padezca.

jueves, 23 de octubre de 2008

Hace un año

El 23 de octubre de 2007, fue el día más frío del que tengo memoria, hace un año exactamente que sentí que el aire helado se colaba en mi cuerpo y en mi alma, hace un año que te fuiste. Ese martes decidiste que el dolor y el cansancio habían sido suficientes, dejaste de luchar contra el tiempo y abandonaste la esperanza, cerraste la puerta y te alejaste detrás de ella. 

El día de hoy lo recuerdo como el día en que mi mundo cambió, y lejos de reclamarte, solo puedo agradecer el tiempo que estuviste a mi lado, agradezco tu sonrisa, tus manos, tu infinito amor, tu ejemplo, tu humildad y tu sopa de fideos. Gracias a ti sé que por más etéreo que parezca, no hay nada más palpable que el amor. Gracias a ti sé que es el amor lo que te permite respirar y vivir; ese amor que diario se procura, que diario se alimenta. Gracias a ti aprendí que no importa tener grandes fortunas mientras hayas logrado dar y recibir ese amor.

Creo que nadie me escuchará con tanto fervor como tú me escuchabas, creo que nadie volverá a tomar mi mano como tú lo hacías, ni en un abrazo me brindará ese consuelo y protección que sólo tú sabías darme. Por eso, hoy, a un año de tu partida, te pido perdón por no haber sido la persona que tu esperabas, por todas las veces que no te di el cariño y las atenciones cuando las necesitabas, por darte mi impaciencia, en vez de cuentos y sonrisas.

A un año de tu partida, no puedo negar lo que te extraño y me duele saber que ya no te veré más, que ya no escucharé tus risas, que ya no respiraré más los olores de tu cocina y tu aroma de flores; pero me consuela saber que detrás de ti dejaste una familia unida por el amor, y en mi dejaste la semilla de la tenacidad, la esperanza de un nuevo día, la esperanza en un Dios, y una infancia de cuento de hadas, entre muchas otras cosas.

Rosita, gracias por haber estado, por habernos regalado un invaluable tiempo a tu lado, por dejarte conocer y dejarte querer. Gracias por no sólo haber sido mi abuela, sino mi madre también.

lunes, 20 de octubre de 2008

La Margarita...

Muy a pesar de lo que mis biógrafos y en especial mi madre y la familia quisiera sobre mi, ya estoy resignada a que en el futuro, si llego a reproducirme, mis hijos tendrán dilemas como estos:

viernes, 17 de octubre de 2008

Mi General (Cuarta Parte)

Eran las 10:30 de la mañana del sábado, la Caperuza, anticipando la posible visita del General (nunca convencida), ya estaba levantadita y trajinando cuando el teléfono sonó. Era el General, quien como broma de mal gustó dijo: ¡Hola Caperucita!, oye ¿qué crees?, no voy a poder ir. La venita de mi frente empezaba a brincar, cuando soltó la carcajada y rápidamente comentó: No, no es cierto, ya voy para allá, llego como en una hora. Tuve que apurarme y realizar todo el rito de belleza, el cual incluye baño, peinado, perfumeada, hojalatería y pintura en tan poquito tiempo, creí que la salvaba, pero el General llegó en friega, a los 45 minutos estaba tocando el timbre, a mi me hacía falta mi sesión de hojalatería y pintura, por lo que mandé a Doña Ros a que lo recibiera. Mientras me esperaba, el General se dedicó a entretener a Doña Ros, tanto, que debo decir que me sorprendió gratamente. Después me enteré que el General hizo gala de sus mejores encantos, y se dedicó a platicarle a Doña Ros sobre su vida y familia, en especial sobre León Felipe, el león que su abuelita tuvo en calidad de mascota. Doña Ros quedó fascinada con el General, cuestión que me tranquilizó, aunque de cierta forma ya lo sabía.

Puedo decir que me dio mucho gusto volver a verlo, aún más flaco, más viejo, recordé el efecto que tiene en mi. En el camino, el General se comportó como todo un caballero (¡pues si se trata del General!), se dedicó a hacerme reír, a hacer comentarios galantes y recordarme que no me es fácil darle carpetazo a tan encantador personaje.  Llegamos a la exposición, el estacionamiento se improvisó en medio de la pista de carreras del Hipódromo, de ahí unos camioncitos te llevaban al Centro Banamex, para que después de una caminata de más o menos 2 kilómetros, llegaras a la entrada de la exposición. Anticipando que iba a caminar, decidí utilizar mis zapatitos de piso, con la finalidad de no perder el estilo en ningún momento, y mi alma se regocijó cuando el General tuvo a bien hacerme notar “aquellas nacas que lejos de verse estilizadas con tacones, parecen pollos espinados”.

Los autos me gustan, no soy conocedora, pero iba con la actitud de pasar un buen rato, y más con la compañía que ese día llevaba, así que no me sorprendió que previo a entrar a la exposición, me fuera apercibido lo siguiente: Mira Caperuza, esto para mi es como cuando tú vas a ver ropa (se le olvidó mencionar: los zapatos, los discos, los libros, entre otros), digamos que se asemeja a la alegría de un niño al visitar un parque de diversiones, por lo que te agradeceré que seas paciente conmigo. Durante toda la visita a la exposición me comporté a la altura, es decir, con una sonrisa de reina de la primavera en carro alegórico y sinceramente no me costó trabajo, menos por las bromas y comentarios chuscos que el General tenía para mi, la pasé muy bien, me divertí como enana y me encantó el trato del General (el canijo sabe cómo mantenerme babeando), quien no me soltó.  Respecto a la exposición sólo puedo decir que parecía venta de Autofin, no había mas que 2 prototipos y la mayoría de los autos los podía ver uno rodando por Reforma sin mayor trámite. Salimos un poco desilusionados, pero el General (como los niños) debía llevarse algún souvenir y eligió un portaplacas para su súper automóvil deportivo, el cual escogí yo.

Con una sonrisa de oreja a oreja (como niño con juguete nuevo) el General y yo nos dirigimos a la salida, después de un trayecto de cómo media hora, tomando en cuenta la caminata de regreso y el transporte del camión al coche, llegamos al estacionamiento, el cual por encontrarse en medio de la pista del Hipódromo, le dio la idea al General de ir a ver las carreras mientras comíamos, idea que puso a mi consideración y la cual aprobé gustosamente.

Así fue que del centro de la pista, tuvimos que salir para dar la vuelta y entrar al estacionamiento del Hipódromo, de las opciones proporcionadas por el personal de información del Hipódromo, el General eligió el restaurante mexicano denominado “1943”. Cuando llegamos, apenas empezaba la primer carrera, así que el restaurante no estaba muy lleno, aunque las mejores mesas ya estaban ocupadas o reservadas, sin embargo, una vez más el General me dejó con el ojito cuadrado al darme cuenta que nos dirigían a una de esas mesas con ubicación privilegiada para apreciar las carreras. La Caperuza hasta ese día de su vida había prescindido de asistir a este tipo de eventos, más por falta de oportunidad que de ganas, y creo que el General también, porque después de estudiar concienzudamente el manual de cómo apostar, se dirigió a la práctica, y empezamos a apostar. La comida, la compañía, la plática, el ganar en las carreras en las que apostábamos, hizo de esa tarde una agradable experiencia.

Salimos del Hipódromo para dirigirnos a mi casa, en el camino el General y yo coincidimos que la experiencia del Hipódromo se había llevado la tarde, por lo que esperaba que en un futuro pudiéramos asistir más seguido. Me dio un cierto sentido de pertenencia que siempre que al referirse a volver al Hipódromo, al hacer tal o cual cosa, lo hiciera en conjunto, me queda claro que era una de esas herramientas de seducción que el General usa a fin que la Caperuza caiga rendida a sus pies. Al despedirse prometió llamar cuando llegara a su pueblo, y así lo hizo, también llamó durante los días siguientes, siempre agradeciendo la tarde que pasamos juntos.

No sé qué pase por su cabeza y su corazón, tampoco me toca investigarlo, ni mucho menos quebrarme la cabeza imaginando que el estar y luego no estar es parte de su estrategia, posiblemente no exista dicha estrategia. No sé si vuelva a reaparecer el personaje del General en mi vida, lo que si sé es que la pasé muy bien ese día a su lado, sé que él disfrutó volver a verme y me da gracia lo irónica que puede ser la vida, teniendo que pasar 2 años para que esta última experiencia se diera tal y como sucedió.

La historia del General sólo me deja con las siguientes conclusiones: (i) El General sabe su chamba, y usa todas las armas posibles cuando de seducir se trata, (ii) me gusta el misterio, y el juego que con el tiempo hemos aprendido como maestros entre él y yo, sin embargo, (iv) por mucho que me atraiga la personalidad del General, su falta de constancia y la historia que hay entre nosotros me obliga a cuidarme tanto que sería difícil verlo como algo más que un amor platónico, (v) creo que en la vida de toda mujer debe de existir un General que te haga los calzones yo-yo, que te recuerde que eres una princesa, que sea tan tentador que puedas perder la cabeza y sólo el amor propio te regrese al piso, que te recuerde cómo te gusta ser cortejada, que deje ese sabor agridulce de experiencias únicas aunque, evidentemente, tengas la certeza de que no se quedará a tu lado.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Mi General (Tercera Parte)

El General no se perdió del todo, debo de reconocer que de vez en cuando reaparece en escena, aunque siempre por medios distintos a su presencia, es decir, por correos electrónicos, vía telefónica o hasta messenger.

Aproximadamente hace como dos meses tuvo una de esas temporadas de llamarme a diario (durante 3 semanas), para ver cómo estaba, mis ánimos ya estaban pasmados, si, es decir llegó el punto que cada vez que daba a entender que nos veríamos pronto, volvía a desparecer, así que además de pasmada ya no le creía, solo me divertía escucharle. Una noche, como cada vez que hablábamos, llegó la sección favorita de nuestras llamadas telefónicas, la cual titularemos “Ilusionemos a la Caperuza”, la cual consiste en hacer los mejores esfuerzos para que la Caperuza (ya saben, aquí tienen a su pendeja) “crea” que el General se dejaría de hacer el difícil, y en esta ocasión no podía fallar; me comentó que por su trabajo, al día siguiente era posible que tuviera que venir a la Ciudad de México, que si podía acompañarlo a realizar algunas diligencias y después podíamos ir a comer para regresar por la tarde a su pueblo, mi estado pasmado me permitió responderle un: “si claro, cómo no”, sin considerar siquiera mi agenda.

Al día siguiente por la mañana, cuando regresaba del gimnasio, Doña Ade, la señora que se encarga de la limpieza de la casa de la Caperuza por una módica cantidad, me recibió algo agobiada, ya que el General me había llamado varias veces y no podía darle razón de mi persona. Me comuniqué con el General, quien aliviado por escucharme amenazó con pasar por mi en más o menos 30 minutos, según dijo; siendo honestos, no pensé que fuera cierto eso de dejar su glorioso pueblo para venir a visitar Chilangolandia, así que yo tenía varias citas que no pretendía cancelar, por lo que me tuve que disculpar y comentarle que había tenido un imprevisto de último minuto, por lo que no me iba a ser posible verlo.  La voz del General se tornó un tanto molesta, y sólo respondió que esperaba me pudiera comunicar con él cuando terminara mis actividades, con el objeto que comiéramos juntos, ya que el motivo principal para que él viniera a la Ciudad de México era el verme a mi, que realmente la cuestión laboral podía desempeñarla cualquier otro individuo. Como buen General, tiene la capacidad de hacer sentir culpabilidad en los demás, y lo logró conmigo en esta ocasión, así que despaché mis citas lo más pronto posible para desocupar mi tarde, y a las 2:30 p.m. estaba yo marcándole, con la esperanza que el coraje ya se le hubiera pasado, resultó que no, siguió montado en su berrinche y según él ya estaba en camino de regreso a su pueblo, pues no sabía si me iba yo a desocupar a una hora razonable.

Las llamadas diarias se terminaron (una vez más) y supuse más por costumbre que por intuición femenina (la cual nomás no venía en mi kit de bienvenida a este mundo), que cuando se le bajara el enojo, él solito volvería a buscarme, la costumbre me dio la razón. Y sucedió que uno de esos fines de semana de septiembre se volvió a aparecer, el sábado llamó mientras yo me encontraba en el cine, por lo que no le contesté y el domingo también, dizque pa’ saludar. El lunes 15 de septiembre por la mañana volvió a llamar, para invitarme a pasar el festejo patrio a su pueblo, General: Oye, por qué no vienes a pasar el Grito acá, a mi pueblo, puedes pasar aquí la noche y mañana regresar a la Ciudad de México; Caperuza: Mmm… no suena mal, al fin no tengo planes aún para hoy por la noche; General: Si, me encantaría verte, por cierto, yo mañana salgo a un viaje de negocios a las 6 de la mañana, pero no te agobies, tú puedes regresar a la hora que desees; Caperuza: ¡¿Mañana sales de viaje?!, (eso ya no me sonó tan atractivo), permíteme verificar los planes familiares y te llamo en un rato. La Caperuza rápidamente se comunicó con su sensei para este tipo de cuestiones, es decir con la Niña Sueña, quien me dio la siguiente recomendación: amiga, si tienes ganas de irte con el General, no lo pienses, sólo no olvides dejar una notita similar a la que Catalina deja a sus papás en “Arráncame la Vida”, que diga: “Querida Familia: Fui a conocer el mar, no se preocupen”. Después de darle tantas vueltas, decidí que no iba a ir al pueblo del General, que si quería verme debía ser él quien debía venir, al menos pa’ que lo conozcan en mi casa y no se espanten cuando deje notas avisando que me fui a conocer el mar con el General, aunque creo que mi mamá, Doña Ros, lo único que haría sería responder de forma ecuánime y clara: “no te hagas mensa, que tú ya conoces el mar”.

Durante su viaje, el General estuvo presente con mensajes y llamadas, dentro de las cuales el tema principal era que la Caperuza debería ir a visitar al General a su pueblo, así que derivado de las razones por las cuales no quise ir a festejar con él las fiestas patrias, le dije: Mi General, no habría nada en el mundo que me hiciera más feliz que pasar un fin de semana a su lado, conociendo a su familia y su pueblo, pero fíjese que aún vivo en el hogar materno, razón por la cual debo seguir reglas de conducta establecidas por mi Santa Madre, y previo a tan ansiado fin de semana considero debería usted venir a que lo conozca Doña Ros, sobre todo para que vea que tiene facha de gente decente y que no es usted un loco maniático (al menos no en apariencia). El General aceptó.

Y sucedió que hace poco me lo encontré en el messenger, usualmente aún cuando lo veo conectado no suelo ser yo quien lo busque para saludar, y en ocasiones él tampoco lo hace, pero esta vez no tardó en saludar, conversamos un rato, me hizo reír mucho (creo que este es uno de los motivos por los cuales no he cerrado este capítulo), y dejó escapar de vez en cuando uno que otro comentario galante. Parecía una conversación como las de siempre hasta que dijo: Oye, tengo ganas de ir al Salón Internacional del Automóvil en México, está en Centro Banamex, ¿sabes dónde queda?; Caperuza: Si, está a un lado del Hipódromo; General: Oye y si vamos este fin de semana, claro si no tienes algún compromiso; Caperuza: Mmm… no, no tengo compromiso alguno y me latería acompañarte, pero la verdad me da miedo, con eso que tienes la mala costumbre de dejarme como novia de pueblo, cancelándome en el último minuto; General: Te aseguro que no te voy a plantar, claro a menos que tú tengas intenciones de tener otro imprevisto y seas tú quien me plante a mi (El chantaje es otro de los artes que el General bien sabe manejar); Caperuza: Está bien, te acompaño; General: Perfecto, paso por ti el sábado a las 12 del día. Lo que pasó ese sábado te lo contaré en la cuarta y última parte de este cuento.

viernes, 10 de octubre de 2008

Mi General (Segunda Parte)

Corrían los primeros días del mes de diciembre del año 2007, la Caperuza se encontraba en una más de sus etapas de workoholic, ese día era la fiesta de fin de año de la empresa en la que laboraba, la cual para hacerla divertida (aún me pregunto, ¿divertida para quién?) decidieron que fuera temática, y que todos nos disfrazáramos con atuendos setenteros. La Caperuza llegó tarde en virtud que se quedó trabajando un ratito más (como si me hubieran pagado las horas extras), cuando llegué el salón estaba repleto por lo que sólo me quedó sentarme en la mesa de los Vicepresidentes con mi super vestido setentero, la comida se sirvió, el alcohol corría más rápido que Fitipaldi yendo a recibir herencia. La mayoría estaba en la pista de baile cuando de repente recibí una llamada, de alguna forma el General había obtenido el número de teléfono de mi nuevo celular, aún con el ruido del evento, reconocí su voz y en mi saludo se apreciaba el gusto que me daba su reaparición, aunque me imaginaba que ya se encontraba felizmente casado, hicimos las preguntas de rigor: ¿Cómo has estado?, ¿cómo está tu mamá?, ¿cómo obtuviste mi número telefónico? Poco pudimos platicar, sólo me enteré que ya no trabajaba en el distrito donde yo lo conocí, había solicitado su cambio al pueblo en el que se encontraba su familia y la novia (para efectos de este cuento, la denominaremos “la Ingrata”), se despidió y dijo que luego marcaría, conociéndolo era posible que lo hiciera por ahí de las próximas elecciones presidenciales, pero él ya no era parte de mi vida, así que sólo me quedó despedirme. Cabe aclarar que en ese entonces yo andaba de enamoradiza con un niño más joven que yo, a quien terminando el jolgorio setentero había quedado de ver en el bar de costumbre, por lo que aún cuando me dio gusto escuchar al General, no me movió el piso.

La siguiente semana, mientras buscaba un documento en mi desorden ordenado, mi celular volvió a sonar, era el General, que quería saludarme, por ser buena workoholic, no tenía tiempo de saludar viejos cariños y menos como para ponernos al día en nuestras vidas, por lo que me disculpé y me pidió le diera permiso de seguirme llamando, le dije que si, yo lo que quería era colgar y encontrar mi documento.  El General continuó buscándome, me llamaba ya fuera a mi celular, a la oficina o a mi casa; me enteré que la Ingrata lo había dejado vestido y alborotado, ya había entregado anillo de compromiso y hasta casa le compró, pero por alguna extraña razón la Ingrata lo botó no hacía más de seis meses atrás, el General había quedado muy dañado, tanto que hasta veinte kilos bajó del mal de amores.

Una noche, de esas en las que ni cuenta te has dado que ya solo queda el personal de limpieza y tú en la oficina, me llamó para saludarme, pensando que me encontraba en pleno convivio de juevebes, le tuve que aclarar que no, que estaba laborando, así las cosas no sé si medio en broma medio en serio, me dijo: “Caperuza, ya no trabajes tanto, hagamos algo, cásate conmigo, te pongo casa, automóvil, te pago la maestría y te mantengo, tú sólo encárgate de educar a nuestros hijos”, la mera verdad me dio tanta risa que creyera que podía reaparecer en mi vida así como así y no obstante venir a querer sacarme de trabajar, por lo que solté una carcajada tan sonora que bien pude cuartear el tirol del techo. Así pasaron los días, cuando decidió invitarme a pasar unos días entre Navidad y Año Nuevo a San Diego, le agradecí la invitación pero no tenía intenciones de volverlo a ver, pero el General es el General y a base de estrategia logró que fuera yo quien le pidiera nos volviéramos a ver.

Quedamos de vernos un domingo previo a las fiestas navideñas, y el domingo llegó (creo que yo también llegué al domingo) y su llamada me despertó, “Caperuza, ya levántate son las 11 de la mañana y tú todavía estas dormida… paso por ti como en tres horas, termina el almuerzo familiar y me lanzo a verte”, no me quedó otra mas que levantarme y meter mi persona (o lo que quedaba de ella) a bañar. Al salir volvió a llamar el General pa’ cancelar ya que al parecer todos se habían llevado sus autos y como él solo tiene un deportivo (que se note que eso de ser servidor público lo deja a uno cabalgando en las quijadas del hambre), le resultaba algo riesgoso meter tan vistoso automóvil a la Ciudad de México, así que con todo el dolor de su corazón, no lo quedó otra que cancelar nuestra cita. No sé qué me dio más coraje, que me levantara cuando acababa de llegar a dormir o que me hubiera hecho meterme a bañar pa’ dejarme bien plantada, por lo que no pude evitar dejar mostrar mi enojo y le dije que por su salud y por la mía ya no me buscara más.

La ilusa de la Caperuza pensó que esto había terminado y que el General ya no iba a volver a dar lata, ¡ja!, al parecer el General hizo oídos sordos a mi solicitud, ya que siguió insistiendo y durante los siguientes meses continuó buscándome, fue de los primeros en llamar el día de mi cumpleaños, y hasta a comer con su familia me invitó. Yo me rehusé a verlo en repetidas ocasiones, por lo que poco a poco fue perdiendo el interés, y cada vez eran más espaciadas sus llamadas, creí que la historia del General había concluido, pero una vez más me equivoqué.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Mi General (Primera Parte)

Previo a las últimas elecciones (aproximadamente hace como dos años y cachito) me fue informado que había sido elegida para cumplir mi deber cívico y rolarla de funcionario de casilla , ante tal honor, debía apersonarme en domingo por la mañana en el distrito electoral correspondiente para tomar un curso. Obviamente el domingo llegó y su Caperuza se presentó en un estado bastante deplorable (cruda dominical) al mentado curso, después de una sintetizada explicación de cómo contar votos y revisar credenciales de elector sin morir en el intento, me enteré que gracias a que el Presidente de Casilla elegido inicialmente había tenido el detallazo de romperse la cadera, me había tocado bailar con Bertha las calmadas al ser la siguiente en la lista. Mientras esto sucedía, no pude evitar notar la constante mirada de un personaje que no me pareció desagradable en lo más mínimo, y que no perdía oportunidad para sonreír cada que nuestras miradas se cruzaba, a dicho personaje lo llamaremos “el General”, quien sin mayor preámbulo y a la primer oportunidad se acercó a presentarse, hacerme plática y se ofreció a acompañarme a la salida. Supuse que hasta ahí había llegado el asunto, pero como siempre, me equivoqué, puesto que esa semana me fue entregado el paquete electoral de manos de mi supervisor, quien posterior a realizar la auditoria del contenido de dicho paquete, me comentó: Caperuza, me da pena, pero ps sino me van a regañar, dice mi jefe que si le puedo proporcionar tu número de teléfono; cómo la mera verdad no hilé quién diablos era su jefe, contesté que no podía darle mi información a nadie, el pelado repuso: Cómo no!!!, si hasta a la salida te llevó el domingo que fuiste al distrito… Caperuza: Aaaahhh, ¿¡ese es tu jefe!?, Supervisor: Ps si, es el Vocal Ejecutivo del Distrito, es decir el mero mero, Caperuza: Aaaahhh ‘ta bien, puedes darle mi teléfono, con la condición que al menos nos mande una calculadora, sino no creo armarla el domingo de elecciones a puro papel y lápiz.

El domingo de elecciones llegó y posterior al escrutinio de mis demás compañeritos de casilla al ser la más joven entre ellos, querían verificar si era genio o al menos contaba con un curriculum superior al del resto, a fin de corroborar el motivo por el cual yo era Presidente y ellos no, tuve que explicarles que las razones de mi nombramiento se debían más a causas circunstanciales que meritorias y que más les valía que nos apuráramos o sino nos iba a dar el medio día tratando de instalar la casilla; el supervisor se presentó con un café latte, diciendo que me lo mandaban del distrito, hecho que ocasionó que mis lindos compañeritos me miraran con cara de: ¡¡¡Pinche vieja!!! ¿Nosotros estamos pintados o que?, la mera verdad no sé ni cómo se enteró el General cómo me gustaba el café, pero se lo agradecí enormemente, tomando en consideración que eran horas bastante groseras para estar talachando en domingo. Pasó el domingo de elecciones sin mayores complicaciones, si se considera como jornada normal la insolada, los crayones derretidos, las hostilidades de mis compañeritos de casilla, la torrencial lluvia (mero me ahogo), la toma por la fuerza de uno de los salones de la primaria en la cual nos encontrábamos, con el objeto que continuaran votando nuestros vecinitos aún con las inclemencias del tiempo, que nos hicieran falta dos boletas, y que yo llegará a mi casa en calidad de perro mojado, la jornada electoral terminó a todas margaritas.

Las siguientes semanas pasaron sin mayores novedades, y un día mientras papaba moscas en la oficina, recibí la llamada del General, quien me invitaba a tomar un café, la mera verdad me emocioné, y llegué puntual a la cita, él ya había llegado y tenía en la mesa mi cafecito justo como yo lo tomo (al día de hoy no he preguntado cómo obtuvo tal información), es justo decir que después de platicar un rato con él, poquito me faltaba pa’ babear, me pareció un hombre muy interesante, inteligente y encantador, me explicó que él vivía temporalmente en un departamento cerca del distrito puesto que tanto él como su familia radicaban en el Estado de México, y que la mayor parte de sus fines de semana los pasaba allá.

El tiempo pasó, citas fueron y vinieron, conferencias telefónicas casi diarias (sólo entre semana), y mientras yo me dedicaba a arrastrar el apellido por el General, llegó la etapa del “sospechosismo”, ya que aún cuando me había dicho que era soltero, ciertas actitudes me indicaban que algo andaba raro, así fue que un día me contó una historia que la bruta de la Caperuza se la creyó sin mayor trámite, en resumidas cuentas, él tenía una hija en Puebla con una muchachona aproximadamente de mi edad, con quien en algún momento de su vida tuvo un idilio del cual resultó una personita que en ese entonces estaba a punto de cumplir su tercer aniversario de existencia en este planeta, que al no tener una relación formal con la mamá, cada quien había decidido seguir su vida por separado, siempre procurando el bienestar del frutito de su idilio. La zonza de la Caperuza ya se hacía la mamá postiza de la supuesta moconeta quien si mi memoria no me miente su nombre era (si, era y no precisamente porque se haya petateado) Mariana.

Varios meses después, tuvo a bien confesarme que la historia de la hija no era cierta, la verdad era que él tenía una pareja en el Estado de México, a quien idolatraba y que yo le había gustado, solo que no imaginó que la relación entre nosotros se diera como hasta ese momento y por tanto tenía la obligación de confesarme que hasta ahí había llegado, puesto que su corazón le pertenecía a alguien más con quien veía su futuro. Posterior a las mentadas de madre, del modo más diplomático que pude, le agradecí la sinceridad y desee que fuera harto feliz (ajá), no pude reclamar, ya que siendo estrictamente fríos él nunca me prometió nada, ni intentó llegar más allá de un beso, y yo fui la que construyó sus castillitos en el aire (¡Qué raro!, nomás me dicen mi alma y ya quiero casa aparte). El General desapareció de mi vida, pero no por mucho tiempo… 

miércoles, 24 de septiembre de 2008

¿Ser o no ser?

El otro día JP me dijo: La neta eres bien intensa, ya sé porqué los hombres que te he conocido han salido por patas y la verdad a cualquiera le da miedo estar con una persona intensa, sobre todo cuando uno no es así, bájale 2 rayitas a tu intensidad.

Le contesté que lo pensaría y que vería la forma de modificar mi conducta... A lo que nos lleva al siguiente problema, qué chingaos significa "ser intenso"?

Recordé que en un blog de mi confianza, el autor dilucidaba sobre el mismo problema, es decir: "me dicen que soy intenso y la neta ni sé qué es eso", después de varias reflexiones y búsquedas hasta en diccionario, llegó a la conclusión que ser intenso es algo así como: pensar lo que vive, interiorizarlo y hasta después de ese proceso, realmente lograr vivir sus experiencias y termina diciendo "...Las personas que viven sin la voz de un comentarista en la mente, narrando y opinando sobre su vida me da mucha envidia. Mi vida tiene voz en off. ¡Qué intenso!"

Toda la semana he traído dando vueltas en la cabeza eso de la "intensidad" en mi vida. Tomando café con la Niña Sueña, me sinceré y e conté lo que en su momento JP me había dicho y sólo pude agregar: es horrible esto de saber que uno es intenso y no saber qué fregados es, ha de ser como cuando el médico te informa que eres portador de una rara enfermedad que la mera verdad no sabes como llegó a ti y mucho menos qué diablos es o lo que puede ocasionarte... y ella me dijo: amiga no te preocupes, yo tampoco sé cómo demonios definir lo "intenso", lo que si sé es que JP es intensito, jejeje... pensé (sí, hice mi mejor esfuerzo) cómo era posible que no supiera definir lo que es ser intenso pero puedes catalogar a una persona como tal, ¡ja!

Y sucedió que un día autisteando en la oficina de mi jefa, mientras nos quejábamos de nuestra mínima (ok, ok, ok, más bien nula) vida amorosa, me dijo: si, sé que soy intensa... y ni tarde ni perezosa se me ocurrió preguntarle: C, me dijeron que soy intensa y que le baje 2 rayitas a mi desmadre, pero cómo puedo dejar de ser algo que no entiendo, ¿podrías iluminarme diciéndome qué fregaos es eso?, y ella me dio la más clara explicación:
- Mira, ser intenso es sentir lo que vives.
- Y cuando alguien te pide que dejes de "intensear" es como pedirte que dejes de respirar y no te pongas morado.

Esa noche recordé que mi papá me pidió alguna vez: Por más que te lastimen, por favor no elijas dejar de sentir, porque posiblemente no te duela tanto aquello que te lastima, pero no sentirás con la misma intensidad aquello que te hace feliz.

Así pues, después de tanto darle vueltas a este asunto, llegué a las siguientes conclusiones: (i) TOOODA persona que tenga sangre en las venas es o ha sido intensa, (ii) no juzgo, pero me pregunto si existe vida sin intensidad, digo aquel que le dé lo mismo estar o no estar, aquel que logra tal estoicismo que no permite que nada malo o bueno afecte su camino, ¿no es de alguna forma desperdiciar la oportunidad que tienen (tenemos) de vivir? (iii) elijo ser intensa por convicción, quiero sentir lo que vivo, (iv) quiero sentir lo bueno y lo malo que pase en mi vida sin miedo, (v) no me importa que aquellos hombres "no intensos" con los que me he cruzado se alejen, por el contrario, agradezco que lo hagan, ya que no me veo al lado de un hombre que no sienta lo que viva, que no se le ponga la piel chinita cuando yo roce su piel, no quiero un ser apático junto a mí, que no sufra ni goce como yo, y por último (vi) trataré de gozar más esto de la intensidad, que de por si ya es bastante intenso, ¡ja!

lunes, 22 de septiembre de 2008

Caperucita y la maldición del lobo feroz

De madrugada mientras conbebía en el bar de siempre, recibí un mensaje al celular del hombre con quien llevo alrededor de 3 meses conociendo y 2 semanas sin ver hasta ese día, su mensaje era simple: “Sabes una cosa niña, me ganas, ojala te vea mañana. Un Beso.”, mi reacción no fue tan simple; por un lado sentí ese piquete de triunfo personal que se siente cuando sabes que has vencido una batalla por más pequeña que sea contra el oponente grande y fuerte, y has vencido no por tu incalculable fuerza y superioridad, sino por saberlo manejar. Por otro lado me ilusionó saber que se abría la posibilidad de verlo al día siguiente y continuar con las negociaciones o lo que es lo mismo, continuar jugando al innegable y ancestral jueguito del “estira y afloje” que le da sabor al caldo de las relaciones y es básico para cualquier romance.

A este personaje lo denominaremos como el Señor Sonrisa, a quien conocí aproximadamente como 6 meses atrás en el festejo de cumpleaños de la Niña Sueña, no supe de él por los siguientes 3 meses para reaparecer como un buen amigo que a fuerza de presencia y mimos se está ganando el corazón de la Caperucita. Si bien hasta hace poco no era considerado como el candidato más fuerte, las bajas de unos y el ego de los otros había puesto a Sr. Sonrisa en el primer puesto del Top Ten.

Pues bien, mi respuesta al mensaje fue que esperaba que al referirse a “mañana” quisiera decir en unas horas, puesto que era de madrugada y las primeras horas del nuevo día ya habían transcurrido, y así fue, a la tarde siguiente, lo tenía tocando el timbre de la casa mientras convalecía mi dominical cruda en pijama. La Niña Sueña siempre prevenida y en pants corrió a abrirle la puerta, mientras yo corría al otro extremo de la casa para meterme a la regadera.  Después de 20 minutos (rompiendo mi propio record en lo que a arreglo personal se refiere) reaparecí en escena bañada, perfumada y hasta con la pestaña enchinada. La siempre prudente Niña Sueña realizó un acto de desaparición digno de cualquier mago.

El Sr. Sonrisa me saludó y me invitó a comer, cabe hacer mención que hasta ese domingo las negociaciones entre el Sr. Sonrisa y una servidora habían llegado a poder chuparnos la boca como ventosas y uno que otro acercamiento cachondo, sin mayores avances, bajo este entendido iba directamente a besarlo cuando él decidió que siempre no, solamente espetó: “en el camino hablamos”. El no tener control de la situación me puede dejar verdaderamente afectada, sin embargo después del recuento mental de mis acciones de embellecimiento con el objeto de verificar que su negativa era por razón distinta a que por la prisa hubiere olvidado lavarme la boca y consecuentemente me oliera el hocico a cloaca, deseché tal riesgo ya que por el contrario, mi boca emanaba aroma a menta (pasta de dientes), así que puse mi cara de jugador de poker (inmutable hasta el final) y me subí al coche.  En el camino el Señor Sonrisa argumentó en su defensa: “Perdón Caperucita, no te estoy rechazando, pero en el tiempo que no nos hemos visto he meditado mucho y sinceramente quiero hacer bien las cosas contigo”, posteriormente mientras continuábamos en el camino al restaurante tuvo a bien darme una cátedra sobre sus reflexiones de lo que es, lo que no es, lo que quiere llegar a ser y lo que él tiene que arreglar en su vida, en aspectos familiares, laborales e internos, todo lo anterior con el objeto de dirigirse a ser la persona que “quiere ser” y dentro de esto que “lo que tenemos” no sea solo pasajero. Insistió durante la comida (la cual me supo a cartón, gracias a la plática con Sr. Sonrisa), que está trabajando para arreglar las cosas de su mundo antes de continuar las negociaciones conmigo, que no es su intención lastimarte y por consiguiente quería ir más lento.

Debo decir que mi primer reacción ante la letanía del Sr. Sonrisa fue de enojo, es decir, él tomó una decisión que en el mundo ideal se debe tomar por 2 personas puesto que afecta a 2 personas, sin embargo, mi enojo fue mutando a tristeza sin abandonar en ningún momento el pensamiento de “la volví a calabacear, ya debería tener doctorado en esto de joder relaciones”.

Para la noche, después de la comida, platica vana, abrazos afectuosos que no sabía cómo corresponder y una que otra risa, llegamos a la casa donde antes que se despidiera logré sincerarme mientras lo abrazaba con el siguiente discurso: “Te agradezco que quieras intentar protegerme, pero no me puedes proteger de mis propios sentimientos, yo ya elegí quererte a ti, elegí que quiero intentarlo contigo, quiero cuidar de ti y que me cuides, quiero ser parte de tu vida y que tú seas parte de la mía. Yo ya escuché toda la tarde los motivos por los cuales quieres replantear tu vida, me parecen perfectos si esos cambios te hacen sentir bien, pero no puedes protegerme de mi misma, así que esto es lo que yo te ofrezco, si lo quieres aquí estaré, no sé por cuanto tiempo, pero espero sea suficiente para cuando hayas terminado de arreglar tu mundo y hayas tomado las decisiones que debas tomar”. Cuando terminé de hablar me despegué del abrazo y vi sus ojos llenos de lágrimas y con la voz entrecortada solo pudo replicar: “Caperucita, me has dejado sin palabras y con muchas cosas que pensar”, en ese momento entendí el efecto de mis palabras no en él, sino en mi, es decir, lo que le dije escapó de mi boca y de mi corazón, me percaté de los sentimientos que han ido creciendo por él y la zozobra que me da saber que el momento en que soy capaz de reconocerlos es cuando se diluye la posibilidad de una relación más formal con este hombrecín. Me cacho!

Este domingo perdí el control de la situación que pensé manejaba como toda una profesional, y esto me conflictua hasta el punto de hacerme hiperventilar, ¿en qué chingado momento volví a meter las 4?, me queda claro que mi cuento sigue con la maldición de no tener su lobo feroz.