jueves, 30 de abril de 2009

Abrázame...

Chale, que tristes días se viven en mi ciudad, lejos del miedo de morir, lejos del pánico de la pandemia, existe el miedo de acercarnos físicamente.

Considerando que actualmente las relaciones se han vuelto cada vez más frías, y que es más fácil escribir un correo electrónico antes de sentarse frente a frente con un café de por medio y decirse a los ojos lo que se siente. Considerando que un mensaje de celular nos da el mismo efecto (pasteurizado) que el roce de unos labios o una mano. Se nos ha olvidado lo importante que puede ser un beso, un roce, un abrazo. 

Resulta que la Caperuza después de más de un año y medio de salir bien librada de tantos virus griposos y tosudos, no salió tan bien librada de la gripe común justo cuando el hecho de un estornudo puede provocar el pánico de cualquiera que se encuentre a tu alrededor (ya ves, mi costumbre de ser impertinente, hasta para enfermarme) con esto del virus desperdigado, el que bautizaron con el nombre de “influenza porcina”. Lo anterior ocasionó que mi gripe común fuese vigilada por médicos, por Doña Ros y por la Niña Sueña (alias: la Profis). Hasta el color de mis mocos fue estrictamente vigilado, mis ojitos, mi temperatura, y bueno, gracias a Dios, sólo fue una gripe común, la cual convalecí entre mi laptop, facebook, la tele y obvio los cuidados de tan lindas mujercitas.

Sin embargo, hay un ligero detalle en el que caí en cuenta mientras meditaba de frente al tirol del techo de mi recámara: me hace falta un abrazo. Debo de reconocer que soy una persona que cuido mi espacio vital lo más posible, no obstante, me gusta que mi gente, la que quiero, me abrace. Y hoy, por “higiene” y por “supervivencia” hay que evitar los besos y los abrazos, hay que evitar el contacto físico. 

Hasta ahora valoro los abrazos diarios que me da Doña Ros, cuando despierto, cuando regreso del trabajo, cuando por gusto me dice: mijita te quiero. Supongo que no tomaba su valor porque los he tenido a diario.

También al estar encerrada y no tener la posibilidad de visitar a Mr. Bear en su convalecencia, me he puesto a pensar lo importante que es para alguien que no puede moverse la presencia y el contacto físico de aquellos que lo cuidan. Posiblemente porque Mr. Bear tiene la capacidad de mover mis sentimientos más cursis, quisiera estar ahí abrazándolo, aún cuando no pueda calmar el dolor de su pié, creo que el abrazo de alguien que te quiere sinceramente si no alivia el dolor físico, al menos le pone un curita al alma.

Estos días me recuerdan lo importante que es el contacto físico entre los seres humanos; y aún con el riesgo a contagiarme de virus “exóticos”, quiero un abrazo.

lunes, 20 de abril de 2009

¿Qué pasa conmigo?

El día de hoy fuiste el causante de los sentimientos encontrados que traigo en mi corazón, sentí una emoción indescriptible al saber que necesitabas de mi, cuando sonó el teléfono y con voz dolorosa me dijiste: “Hola Corazón, sé que te dije que me sentía mal, pero ¿puedes venir un ratito?”, sin embargo, verte tan vulnerable, y permitir que te viera así, me dobló el alma.

Después de una semana sin saber de ti, el día de ayer me avisaste por teléfono que estabas en el hospital, que la intención principal por la cual me informabas era para que yo no me enojara, porque “luego no avisas”. También me contaste que te habías roto la patita y estabas recién operado, por “si quería irte a ver”. Lamentablemente, no podía correr al pié de tu cama, porque estaba fuera de la ciudad en un evento social, aunque ganas no me faltaban para ir a tu lado.

Hoy tenía muchas ganas de estar contigo, de papacharte, y cuando te llamé, me dijiste que preferías otro día, ya que el dolor era insoportable y no querías que te viera así. No obstante, a la hora me llamaste para que fuera contigo, no puedo negar que me hiciste sonreír.

Estar a tu lado, cuidarte un ratito, papacharte, tener tus manos entre las mías, platicar, contarme con lujo de detalle cómo te rompiste la patita, pero sobre todo que te sintieras cómodo pidiéndome que estuviera ahí, me desarmó. Siempre que estamos juntos, reconozco el cariño en tus besos, aunque trato de proteger mi corazón. Los años que tenemos de historia, me han hecho tratar de cuidarme cada vez un poquito más.

Aún cuando tu docilidad que devienen de tu estado físico me desarmó, si pudiera asemejar mi corazón a una cebolla, creo que podría decirse que aún quedaban unas dos capas, las cuales cayeron conforme el dolor de tu pie iba en aumento.

Traté de ayudarte en lo que podía, sostener tu mano cuando el dolor aumentaba, pero me sentía tan impotente de no tener el remedio mágico que te quitara ese dolor que hacía que tu frente se cubriera por perlas de sudor y tus ojos se llenaran de lágrimas. Te medicamos lo más pronto posible y estuve ahí hasta que el dolor disminuyó lo suficiente como para poder dejarte solo.

Creí que tenía dominadas mis emociones hacia ti, sin embargo hoy al verte así no pude más, tuve que aceptar con lágrimas en los ojos que mis sentimientos por ti siguen tan vivos y tan fuertes.

Por más que duela, sé que durante tu convalecencia estaré ahí, contigo, aún cuando vuelva a ocurrir lo que suele suceder, que cuando la salud regrese a tu cuerpo, también la coraza que hay en tu corazón, que por mucho que el día de hoy me permitas verte tan vulnerable y te dejes cuidar, cuando ya no necesites más de mis cuidados, se cerrará este ciclo y te volverás a alejar de mi.

Por Dios, ¿qué pasa conmigo?, aún cuando sé como acaba esta película, ¿tengo el cinismo de volver a soportar ese dolor que me causa tu lejanía una vez más? ¿O será la esperanza, esa que me hace mantener la ilusión de que esta vez si te quedarás a mi lado?

sábado, 4 de abril de 2009

La Amenaza

Bien me lo decía mi madre: no le hables a gente extraña, yo como buena hija pongo en duda las sabias palabras de Doña Ros, y siempre termino diciéndome a mi misma que debí haber seguido el consejo oportuno de mi mamá, a quien una vez más la vida le dio la razón.

Todo comenzó cuando entré a mi nuevo empleo, lugar conocido para mi, gente conocida desde hace algunos años y otra tanta nueva que me recibía con sonrisas. Pues bien, en el área en la que laboro estaba una mujer con un cargo superior al mío, que había entrado no más de un mes antes que yo. La mujer en cuestión la denominaremos la “Bruja Cucha”.

La Bruja Cucha me recibió con sus reservas, era rara en si misma, tenía (o tiene) una cara rara (tirándole a bien pinche fea), pero un cuerpo de diez, digo no me gustan las viejas, pero una reconoce lo evidente: alta, buena pierna, chichis abundantes y bien paradas, delgada, trasero suficiente, y en general tenía (o tiene) buen físico; sin embargo el carácter fue donde la puerca torció el rabo, ya que no le hablaba mas que a personas selectas y a las becarias. A mi me saludaba cuando ocasionalmente me tenía frente a ella y no tenía forma de eludir un: buenos días. Aún con un carácter tan hostil, me dije a mi misma que debía hacer un esfuerzo por llevar una relación cordial con ella, aún cuando no le reportaba directamente, no es bueno hacerse de enemigos en el nuevo lugar de trabajo, ni mucho menos en la misma área, juro que lo intenté pero su hostilidad podía más.

Dentro de los motivos que me hacían pensar que la Bruja Cucha era un animalito de Dios que sólo estaba algo confundido era que decía tener a su mamá enferma, casi al punto de la muerte en cardiología; pensé que la problemática familiar no le daba el ánimo suficiente como para socializar. Tan penoso asunto, la hacía faltar al trabajo con mucha regularidad y la Caperuza terminaba viendo los asuntos que ella usualmente tenía asignados y estaban o a la mitad u olvidados en un cajón.

La Pinche Bruja… digo, la Bruja Cucha en algún momento que la agarré de buenas mientras me perjudicaba un pulmón (salí a fumar), tuvo a bien contarme que en menos de dos meses se casaría con el hombre de su vida, y que era un poquito menor que ella, pero eso no era óbice para estar locamente enamorada de él (luego me enteré que le lleva al muchacho algo así como siete añitos), y que estaba preparando el bodorrio del siglo.

La Bruja Cucha, como cualquier nuevo empleado de la empresa, debía cumplir con tres meses de prueba y posteriormente se le daría la planta, sin embargo, mi jefa, es decir, la Jefaza de mi Vidaza tenía serias dudas sobre su contratación definitiva, dudas que compartió conmigo, exponiendo los siguientes motivos que me parecieron bastante coherentes: (i) viene a trabajar a lo mucho tres veces por semana, las cuales son aleatorias y ni avisa, so pretexto de la enfermedad de su mamá, (ii) cuando la muchachona nos honra con su presencia, suele llegar entre hora y media y dos horas tarde, (iii) se va sin avisar usualmente una hora antes, o simplemente no regresa de la hora de la comida, eso si, deja su saquito en el respaldo de su silla pa’ dar la finta, (iv) no entrega lo que se le pide, y si por gracia de los Dioses lo entrega, segurito algo está mal. Con la exposiciones de motivos antes reseñada, la Jefaza de mi Vidaza me comunicó que era su decisión mandarla a bailar con Bertha las calmadas tan pronto cumpliera con los tres meses.

El fin de los tres meses llegó y con ello, la Bruja Cucha fue llamada pa’ avisarle por parte de Recursos Humanos que le agradecían mucho las atenciones, pero que lamentablemente no sería contratada. Por la Jefaza de mi Vidaza me enteré que se puso medio ruda y que le tomó por sorpresa su despido, ya que “creía que era una empresa decente y que la iban a apoyar en tan difícil momento de la salud de su madre”.

Cuentan las malas lenguas (viperinas como suelen ser) que el viernes anterior al despido se le había visto a la mamá jugando tenis en renombrado club, y se encontraba muy sanita. Y entre la información que nos llegó por personas distintas fue que su mamá nomás nunca se enfermó. Me pregunto: ¿Qué persona en su sano juicio enferma a su madre pa’ agarrarla de pretexto pa’ su tremenda conchudez? Sin embargo, el mismo día del despido confirmé mi teoría de que la Bruja Cucha no era para nada una persona en su sano juicio.

Ese día después del aviso, agarro sus chivas y se fue tan rápido que ni la vi, como imaginarán, mi corazón no se apachurró mucho que digamos, y aunque sentía feo que alguien a punto de casarse se quedará sin empleo, la huevonez de la Bruja Cucha me tenía trabajando a marchas forzadas, por lo que alivié a mi corazón recordando esa frase que dice: “¡¡¡si no ayudas, no estorbes!!!”.

El resto del día me la pasé supliéndola en reuniones, por lo que me pude sentar a trabajar por ahí de las cinco de la tarde. Me senté, di un respiro, y al escuchar los mensajes en mi grabadora, me percaté de un mensaje, que palabras más, palabras menos decía lo siguiente: “Ya sabes quien habla, lograste lo que querías quedarte con mi puesto, pero por mucho que te quedes con él nunca lograrás ser como yo. Eres igual que las otras viejas del área, pinche gorda malcogida, pero créeme que soy una vieja muy cabrona, así que cuídate de mi porque me las vas a pagar”.

Obviamente, se tomaron las medidas de seguridad pertinentes, entre las que destacaban que no podía salir a ningún lado si no era acompañada. Ese viernes no salí de mi casa, y después de dos días mi susto fue mutando a carcajadas.

Sin embargo, analizando el rancio mensaje de la Bruja Cucha, es interesante hacer mención de lo siguiente:

1) ¿Qué clase de imbécil deja un mensaje amenazador en una grabadora que guarda el número de teléfono del cual llama?

2) La Bruja Cucha en verdad creyó que era mala leche de alguien su despido, en este caso me señaló a mi como la autora intelectual del mismo, sin darse cuenta que su mal desempeño y su escasa asistencia eran el motivo real. ¿Por qué diablos los humanos tenemos la capacidad de culpar primero a cualquier otro antes de verificar nuestros actos?

3) Analizando el mensaje en si mismo: (a) Logré quedarme con su puesto. Pues no, la mera verdad no, se cerró esa plaza y ni tiempo, ni ganas. (b) Ser como ella. Ahí si tenía toda la razón, bendito Dios, no me gustaría que me apodaran como a ella: la fea. (c) Pinche gorda. Ahí tampoco le doy toda la razón, no estoy buena como ella, pero gorda nel!!! (d) Mal cogida. Un punto más en el que se equivoca, ya que para estar mal cogida, se presume que uno coge, y yo ni cojo desde hace un rato.

Lo anterior me lleva a una simple conclusión: Prometo hacer más caso a los consejos de mi mamá.