jueves, 23 de octubre de 2008

Hace un año

El 23 de octubre de 2007, fue el día más frío del que tengo memoria, hace un año exactamente que sentí que el aire helado se colaba en mi cuerpo y en mi alma, hace un año que te fuiste. Ese martes decidiste que el dolor y el cansancio habían sido suficientes, dejaste de luchar contra el tiempo y abandonaste la esperanza, cerraste la puerta y te alejaste detrás de ella. 

El día de hoy lo recuerdo como el día en que mi mundo cambió, y lejos de reclamarte, solo puedo agradecer el tiempo que estuviste a mi lado, agradezco tu sonrisa, tus manos, tu infinito amor, tu ejemplo, tu humildad y tu sopa de fideos. Gracias a ti sé que por más etéreo que parezca, no hay nada más palpable que el amor. Gracias a ti sé que es el amor lo que te permite respirar y vivir; ese amor que diario se procura, que diario se alimenta. Gracias a ti aprendí que no importa tener grandes fortunas mientras hayas logrado dar y recibir ese amor.

Creo que nadie me escuchará con tanto fervor como tú me escuchabas, creo que nadie volverá a tomar mi mano como tú lo hacías, ni en un abrazo me brindará ese consuelo y protección que sólo tú sabías darme. Por eso, hoy, a un año de tu partida, te pido perdón por no haber sido la persona que tu esperabas, por todas las veces que no te di el cariño y las atenciones cuando las necesitabas, por darte mi impaciencia, en vez de cuentos y sonrisas.

A un año de tu partida, no puedo negar lo que te extraño y me duele saber que ya no te veré más, que ya no escucharé tus risas, que ya no respiraré más los olores de tu cocina y tu aroma de flores; pero me consuela saber que detrás de ti dejaste una familia unida por el amor, y en mi dejaste la semilla de la tenacidad, la esperanza de un nuevo día, la esperanza en un Dios, y una infancia de cuento de hadas, entre muchas otras cosas.

Rosita, gracias por haber estado, por habernos regalado un invaluable tiempo a tu lado, por dejarte conocer y dejarte querer. Gracias por no sólo haber sido mi abuela, sino mi madre también.

lunes, 20 de octubre de 2008

La Margarita...

Muy a pesar de lo que mis biógrafos y en especial mi madre y la familia quisiera sobre mi, ya estoy resignada a que en el futuro, si llego a reproducirme, mis hijos tendrán dilemas como estos:

viernes, 17 de octubre de 2008

Mi General (Cuarta Parte)

Eran las 10:30 de la mañana del sábado, la Caperuza, anticipando la posible visita del General (nunca convencida), ya estaba levantadita y trajinando cuando el teléfono sonó. Era el General, quien como broma de mal gustó dijo: ¡Hola Caperucita!, oye ¿qué crees?, no voy a poder ir. La venita de mi frente empezaba a brincar, cuando soltó la carcajada y rápidamente comentó: No, no es cierto, ya voy para allá, llego como en una hora. Tuve que apurarme y realizar todo el rito de belleza, el cual incluye baño, peinado, perfumeada, hojalatería y pintura en tan poquito tiempo, creí que la salvaba, pero el General llegó en friega, a los 45 minutos estaba tocando el timbre, a mi me hacía falta mi sesión de hojalatería y pintura, por lo que mandé a Doña Ros a que lo recibiera. Mientras me esperaba, el General se dedicó a entretener a Doña Ros, tanto, que debo decir que me sorprendió gratamente. Después me enteré que el General hizo gala de sus mejores encantos, y se dedicó a platicarle a Doña Ros sobre su vida y familia, en especial sobre León Felipe, el león que su abuelita tuvo en calidad de mascota. Doña Ros quedó fascinada con el General, cuestión que me tranquilizó, aunque de cierta forma ya lo sabía.

Puedo decir que me dio mucho gusto volver a verlo, aún más flaco, más viejo, recordé el efecto que tiene en mi. En el camino, el General se comportó como todo un caballero (¡pues si se trata del General!), se dedicó a hacerme reír, a hacer comentarios galantes y recordarme que no me es fácil darle carpetazo a tan encantador personaje.  Llegamos a la exposición, el estacionamiento se improvisó en medio de la pista de carreras del Hipódromo, de ahí unos camioncitos te llevaban al Centro Banamex, para que después de una caminata de más o menos 2 kilómetros, llegaras a la entrada de la exposición. Anticipando que iba a caminar, decidí utilizar mis zapatitos de piso, con la finalidad de no perder el estilo en ningún momento, y mi alma se regocijó cuando el General tuvo a bien hacerme notar “aquellas nacas que lejos de verse estilizadas con tacones, parecen pollos espinados”.

Los autos me gustan, no soy conocedora, pero iba con la actitud de pasar un buen rato, y más con la compañía que ese día llevaba, así que no me sorprendió que previo a entrar a la exposición, me fuera apercibido lo siguiente: Mira Caperuza, esto para mi es como cuando tú vas a ver ropa (se le olvidó mencionar: los zapatos, los discos, los libros, entre otros), digamos que se asemeja a la alegría de un niño al visitar un parque de diversiones, por lo que te agradeceré que seas paciente conmigo. Durante toda la visita a la exposición me comporté a la altura, es decir, con una sonrisa de reina de la primavera en carro alegórico y sinceramente no me costó trabajo, menos por las bromas y comentarios chuscos que el General tenía para mi, la pasé muy bien, me divertí como enana y me encantó el trato del General (el canijo sabe cómo mantenerme babeando), quien no me soltó.  Respecto a la exposición sólo puedo decir que parecía venta de Autofin, no había mas que 2 prototipos y la mayoría de los autos los podía ver uno rodando por Reforma sin mayor trámite. Salimos un poco desilusionados, pero el General (como los niños) debía llevarse algún souvenir y eligió un portaplacas para su súper automóvil deportivo, el cual escogí yo.

Con una sonrisa de oreja a oreja (como niño con juguete nuevo) el General y yo nos dirigimos a la salida, después de un trayecto de cómo media hora, tomando en cuenta la caminata de regreso y el transporte del camión al coche, llegamos al estacionamiento, el cual por encontrarse en medio de la pista del Hipódromo, le dio la idea al General de ir a ver las carreras mientras comíamos, idea que puso a mi consideración y la cual aprobé gustosamente.

Así fue que del centro de la pista, tuvimos que salir para dar la vuelta y entrar al estacionamiento del Hipódromo, de las opciones proporcionadas por el personal de información del Hipódromo, el General eligió el restaurante mexicano denominado “1943”. Cuando llegamos, apenas empezaba la primer carrera, así que el restaurante no estaba muy lleno, aunque las mejores mesas ya estaban ocupadas o reservadas, sin embargo, una vez más el General me dejó con el ojito cuadrado al darme cuenta que nos dirigían a una de esas mesas con ubicación privilegiada para apreciar las carreras. La Caperuza hasta ese día de su vida había prescindido de asistir a este tipo de eventos, más por falta de oportunidad que de ganas, y creo que el General también, porque después de estudiar concienzudamente el manual de cómo apostar, se dirigió a la práctica, y empezamos a apostar. La comida, la compañía, la plática, el ganar en las carreras en las que apostábamos, hizo de esa tarde una agradable experiencia.

Salimos del Hipódromo para dirigirnos a mi casa, en el camino el General y yo coincidimos que la experiencia del Hipódromo se había llevado la tarde, por lo que esperaba que en un futuro pudiéramos asistir más seguido. Me dio un cierto sentido de pertenencia que siempre que al referirse a volver al Hipódromo, al hacer tal o cual cosa, lo hiciera en conjunto, me queda claro que era una de esas herramientas de seducción que el General usa a fin que la Caperuza caiga rendida a sus pies. Al despedirse prometió llamar cuando llegara a su pueblo, y así lo hizo, también llamó durante los días siguientes, siempre agradeciendo la tarde que pasamos juntos.

No sé qué pase por su cabeza y su corazón, tampoco me toca investigarlo, ni mucho menos quebrarme la cabeza imaginando que el estar y luego no estar es parte de su estrategia, posiblemente no exista dicha estrategia. No sé si vuelva a reaparecer el personaje del General en mi vida, lo que si sé es que la pasé muy bien ese día a su lado, sé que él disfrutó volver a verme y me da gracia lo irónica que puede ser la vida, teniendo que pasar 2 años para que esta última experiencia se diera tal y como sucedió.

La historia del General sólo me deja con las siguientes conclusiones: (i) El General sabe su chamba, y usa todas las armas posibles cuando de seducir se trata, (ii) me gusta el misterio, y el juego que con el tiempo hemos aprendido como maestros entre él y yo, sin embargo, (iv) por mucho que me atraiga la personalidad del General, su falta de constancia y la historia que hay entre nosotros me obliga a cuidarme tanto que sería difícil verlo como algo más que un amor platónico, (v) creo que en la vida de toda mujer debe de existir un General que te haga los calzones yo-yo, que te recuerde que eres una princesa, que sea tan tentador que puedas perder la cabeza y sólo el amor propio te regrese al piso, que te recuerde cómo te gusta ser cortejada, que deje ese sabor agridulce de experiencias únicas aunque, evidentemente, tengas la certeza de que no se quedará a tu lado.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Mi General (Tercera Parte)

El General no se perdió del todo, debo de reconocer que de vez en cuando reaparece en escena, aunque siempre por medios distintos a su presencia, es decir, por correos electrónicos, vía telefónica o hasta messenger.

Aproximadamente hace como dos meses tuvo una de esas temporadas de llamarme a diario (durante 3 semanas), para ver cómo estaba, mis ánimos ya estaban pasmados, si, es decir llegó el punto que cada vez que daba a entender que nos veríamos pronto, volvía a desparecer, así que además de pasmada ya no le creía, solo me divertía escucharle. Una noche, como cada vez que hablábamos, llegó la sección favorita de nuestras llamadas telefónicas, la cual titularemos “Ilusionemos a la Caperuza”, la cual consiste en hacer los mejores esfuerzos para que la Caperuza (ya saben, aquí tienen a su pendeja) “crea” que el General se dejaría de hacer el difícil, y en esta ocasión no podía fallar; me comentó que por su trabajo, al día siguiente era posible que tuviera que venir a la Ciudad de México, que si podía acompañarlo a realizar algunas diligencias y después podíamos ir a comer para regresar por la tarde a su pueblo, mi estado pasmado me permitió responderle un: “si claro, cómo no”, sin considerar siquiera mi agenda.

Al día siguiente por la mañana, cuando regresaba del gimnasio, Doña Ade, la señora que se encarga de la limpieza de la casa de la Caperuza por una módica cantidad, me recibió algo agobiada, ya que el General me había llamado varias veces y no podía darle razón de mi persona. Me comuniqué con el General, quien aliviado por escucharme amenazó con pasar por mi en más o menos 30 minutos, según dijo; siendo honestos, no pensé que fuera cierto eso de dejar su glorioso pueblo para venir a visitar Chilangolandia, así que yo tenía varias citas que no pretendía cancelar, por lo que me tuve que disculpar y comentarle que había tenido un imprevisto de último minuto, por lo que no me iba a ser posible verlo.  La voz del General se tornó un tanto molesta, y sólo respondió que esperaba me pudiera comunicar con él cuando terminara mis actividades, con el objeto que comiéramos juntos, ya que el motivo principal para que él viniera a la Ciudad de México era el verme a mi, que realmente la cuestión laboral podía desempeñarla cualquier otro individuo. Como buen General, tiene la capacidad de hacer sentir culpabilidad en los demás, y lo logró conmigo en esta ocasión, así que despaché mis citas lo más pronto posible para desocupar mi tarde, y a las 2:30 p.m. estaba yo marcándole, con la esperanza que el coraje ya se le hubiera pasado, resultó que no, siguió montado en su berrinche y según él ya estaba en camino de regreso a su pueblo, pues no sabía si me iba yo a desocupar a una hora razonable.

Las llamadas diarias se terminaron (una vez más) y supuse más por costumbre que por intuición femenina (la cual nomás no venía en mi kit de bienvenida a este mundo), que cuando se le bajara el enojo, él solito volvería a buscarme, la costumbre me dio la razón. Y sucedió que uno de esos fines de semana de septiembre se volvió a aparecer, el sábado llamó mientras yo me encontraba en el cine, por lo que no le contesté y el domingo también, dizque pa’ saludar. El lunes 15 de septiembre por la mañana volvió a llamar, para invitarme a pasar el festejo patrio a su pueblo, General: Oye, por qué no vienes a pasar el Grito acá, a mi pueblo, puedes pasar aquí la noche y mañana regresar a la Ciudad de México; Caperuza: Mmm… no suena mal, al fin no tengo planes aún para hoy por la noche; General: Si, me encantaría verte, por cierto, yo mañana salgo a un viaje de negocios a las 6 de la mañana, pero no te agobies, tú puedes regresar a la hora que desees; Caperuza: ¡¿Mañana sales de viaje?!, (eso ya no me sonó tan atractivo), permíteme verificar los planes familiares y te llamo en un rato. La Caperuza rápidamente se comunicó con su sensei para este tipo de cuestiones, es decir con la Niña Sueña, quien me dio la siguiente recomendación: amiga, si tienes ganas de irte con el General, no lo pienses, sólo no olvides dejar una notita similar a la que Catalina deja a sus papás en “Arráncame la Vida”, que diga: “Querida Familia: Fui a conocer el mar, no se preocupen”. Después de darle tantas vueltas, decidí que no iba a ir al pueblo del General, que si quería verme debía ser él quien debía venir, al menos pa’ que lo conozcan en mi casa y no se espanten cuando deje notas avisando que me fui a conocer el mar con el General, aunque creo que mi mamá, Doña Ros, lo único que haría sería responder de forma ecuánime y clara: “no te hagas mensa, que tú ya conoces el mar”.

Durante su viaje, el General estuvo presente con mensajes y llamadas, dentro de las cuales el tema principal era que la Caperuza debería ir a visitar al General a su pueblo, así que derivado de las razones por las cuales no quise ir a festejar con él las fiestas patrias, le dije: Mi General, no habría nada en el mundo que me hiciera más feliz que pasar un fin de semana a su lado, conociendo a su familia y su pueblo, pero fíjese que aún vivo en el hogar materno, razón por la cual debo seguir reglas de conducta establecidas por mi Santa Madre, y previo a tan ansiado fin de semana considero debería usted venir a que lo conozca Doña Ros, sobre todo para que vea que tiene facha de gente decente y que no es usted un loco maniático (al menos no en apariencia). El General aceptó.

Y sucedió que hace poco me lo encontré en el messenger, usualmente aún cuando lo veo conectado no suelo ser yo quien lo busque para saludar, y en ocasiones él tampoco lo hace, pero esta vez no tardó en saludar, conversamos un rato, me hizo reír mucho (creo que este es uno de los motivos por los cuales no he cerrado este capítulo), y dejó escapar de vez en cuando uno que otro comentario galante. Parecía una conversación como las de siempre hasta que dijo: Oye, tengo ganas de ir al Salón Internacional del Automóvil en México, está en Centro Banamex, ¿sabes dónde queda?; Caperuza: Si, está a un lado del Hipódromo; General: Oye y si vamos este fin de semana, claro si no tienes algún compromiso; Caperuza: Mmm… no, no tengo compromiso alguno y me latería acompañarte, pero la verdad me da miedo, con eso que tienes la mala costumbre de dejarme como novia de pueblo, cancelándome en el último minuto; General: Te aseguro que no te voy a plantar, claro a menos que tú tengas intenciones de tener otro imprevisto y seas tú quien me plante a mi (El chantaje es otro de los artes que el General bien sabe manejar); Caperuza: Está bien, te acompaño; General: Perfecto, paso por ti el sábado a las 12 del día. Lo que pasó ese sábado te lo contaré en la cuarta y última parte de este cuento.

viernes, 10 de octubre de 2008

Mi General (Segunda Parte)

Corrían los primeros días del mes de diciembre del año 2007, la Caperuza se encontraba en una más de sus etapas de workoholic, ese día era la fiesta de fin de año de la empresa en la que laboraba, la cual para hacerla divertida (aún me pregunto, ¿divertida para quién?) decidieron que fuera temática, y que todos nos disfrazáramos con atuendos setenteros. La Caperuza llegó tarde en virtud que se quedó trabajando un ratito más (como si me hubieran pagado las horas extras), cuando llegué el salón estaba repleto por lo que sólo me quedó sentarme en la mesa de los Vicepresidentes con mi super vestido setentero, la comida se sirvió, el alcohol corría más rápido que Fitipaldi yendo a recibir herencia. La mayoría estaba en la pista de baile cuando de repente recibí una llamada, de alguna forma el General había obtenido el número de teléfono de mi nuevo celular, aún con el ruido del evento, reconocí su voz y en mi saludo se apreciaba el gusto que me daba su reaparición, aunque me imaginaba que ya se encontraba felizmente casado, hicimos las preguntas de rigor: ¿Cómo has estado?, ¿cómo está tu mamá?, ¿cómo obtuviste mi número telefónico? Poco pudimos platicar, sólo me enteré que ya no trabajaba en el distrito donde yo lo conocí, había solicitado su cambio al pueblo en el que se encontraba su familia y la novia (para efectos de este cuento, la denominaremos “la Ingrata”), se despidió y dijo que luego marcaría, conociéndolo era posible que lo hiciera por ahí de las próximas elecciones presidenciales, pero él ya no era parte de mi vida, así que sólo me quedó despedirme. Cabe aclarar que en ese entonces yo andaba de enamoradiza con un niño más joven que yo, a quien terminando el jolgorio setentero había quedado de ver en el bar de costumbre, por lo que aún cuando me dio gusto escuchar al General, no me movió el piso.

La siguiente semana, mientras buscaba un documento en mi desorden ordenado, mi celular volvió a sonar, era el General, que quería saludarme, por ser buena workoholic, no tenía tiempo de saludar viejos cariños y menos como para ponernos al día en nuestras vidas, por lo que me disculpé y me pidió le diera permiso de seguirme llamando, le dije que si, yo lo que quería era colgar y encontrar mi documento.  El General continuó buscándome, me llamaba ya fuera a mi celular, a la oficina o a mi casa; me enteré que la Ingrata lo había dejado vestido y alborotado, ya había entregado anillo de compromiso y hasta casa le compró, pero por alguna extraña razón la Ingrata lo botó no hacía más de seis meses atrás, el General había quedado muy dañado, tanto que hasta veinte kilos bajó del mal de amores.

Una noche, de esas en las que ni cuenta te has dado que ya solo queda el personal de limpieza y tú en la oficina, me llamó para saludarme, pensando que me encontraba en pleno convivio de juevebes, le tuve que aclarar que no, que estaba laborando, así las cosas no sé si medio en broma medio en serio, me dijo: “Caperuza, ya no trabajes tanto, hagamos algo, cásate conmigo, te pongo casa, automóvil, te pago la maestría y te mantengo, tú sólo encárgate de educar a nuestros hijos”, la mera verdad me dio tanta risa que creyera que podía reaparecer en mi vida así como así y no obstante venir a querer sacarme de trabajar, por lo que solté una carcajada tan sonora que bien pude cuartear el tirol del techo. Así pasaron los días, cuando decidió invitarme a pasar unos días entre Navidad y Año Nuevo a San Diego, le agradecí la invitación pero no tenía intenciones de volverlo a ver, pero el General es el General y a base de estrategia logró que fuera yo quien le pidiera nos volviéramos a ver.

Quedamos de vernos un domingo previo a las fiestas navideñas, y el domingo llegó (creo que yo también llegué al domingo) y su llamada me despertó, “Caperuza, ya levántate son las 11 de la mañana y tú todavía estas dormida… paso por ti como en tres horas, termina el almuerzo familiar y me lanzo a verte”, no me quedó otra mas que levantarme y meter mi persona (o lo que quedaba de ella) a bañar. Al salir volvió a llamar el General pa’ cancelar ya que al parecer todos se habían llevado sus autos y como él solo tiene un deportivo (que se note que eso de ser servidor público lo deja a uno cabalgando en las quijadas del hambre), le resultaba algo riesgoso meter tan vistoso automóvil a la Ciudad de México, así que con todo el dolor de su corazón, no lo quedó otra que cancelar nuestra cita. No sé qué me dio más coraje, que me levantara cuando acababa de llegar a dormir o que me hubiera hecho meterme a bañar pa’ dejarme bien plantada, por lo que no pude evitar dejar mostrar mi enojo y le dije que por su salud y por la mía ya no me buscara más.

La ilusa de la Caperuza pensó que esto había terminado y que el General ya no iba a volver a dar lata, ¡ja!, al parecer el General hizo oídos sordos a mi solicitud, ya que siguió insistiendo y durante los siguientes meses continuó buscándome, fue de los primeros en llamar el día de mi cumpleaños, y hasta a comer con su familia me invitó. Yo me rehusé a verlo en repetidas ocasiones, por lo que poco a poco fue perdiendo el interés, y cada vez eran más espaciadas sus llamadas, creí que la historia del General había concluido, pero una vez más me equivoqué.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Mi General (Primera Parte)

Previo a las últimas elecciones (aproximadamente hace como dos años y cachito) me fue informado que había sido elegida para cumplir mi deber cívico y rolarla de funcionario de casilla , ante tal honor, debía apersonarme en domingo por la mañana en el distrito electoral correspondiente para tomar un curso. Obviamente el domingo llegó y su Caperuza se presentó en un estado bastante deplorable (cruda dominical) al mentado curso, después de una sintetizada explicación de cómo contar votos y revisar credenciales de elector sin morir en el intento, me enteré que gracias a que el Presidente de Casilla elegido inicialmente había tenido el detallazo de romperse la cadera, me había tocado bailar con Bertha las calmadas al ser la siguiente en la lista. Mientras esto sucedía, no pude evitar notar la constante mirada de un personaje que no me pareció desagradable en lo más mínimo, y que no perdía oportunidad para sonreír cada que nuestras miradas se cruzaba, a dicho personaje lo llamaremos “el General”, quien sin mayor preámbulo y a la primer oportunidad se acercó a presentarse, hacerme plática y se ofreció a acompañarme a la salida. Supuse que hasta ahí había llegado el asunto, pero como siempre, me equivoqué, puesto que esa semana me fue entregado el paquete electoral de manos de mi supervisor, quien posterior a realizar la auditoria del contenido de dicho paquete, me comentó: Caperuza, me da pena, pero ps sino me van a regañar, dice mi jefe que si le puedo proporcionar tu número de teléfono; cómo la mera verdad no hilé quién diablos era su jefe, contesté que no podía darle mi información a nadie, el pelado repuso: Cómo no!!!, si hasta a la salida te llevó el domingo que fuiste al distrito… Caperuza: Aaaahhh, ¿¡ese es tu jefe!?, Supervisor: Ps si, es el Vocal Ejecutivo del Distrito, es decir el mero mero, Caperuza: Aaaahhh ‘ta bien, puedes darle mi teléfono, con la condición que al menos nos mande una calculadora, sino no creo armarla el domingo de elecciones a puro papel y lápiz.

El domingo de elecciones llegó y posterior al escrutinio de mis demás compañeritos de casilla al ser la más joven entre ellos, querían verificar si era genio o al menos contaba con un curriculum superior al del resto, a fin de corroborar el motivo por el cual yo era Presidente y ellos no, tuve que explicarles que las razones de mi nombramiento se debían más a causas circunstanciales que meritorias y que más les valía que nos apuráramos o sino nos iba a dar el medio día tratando de instalar la casilla; el supervisor se presentó con un café latte, diciendo que me lo mandaban del distrito, hecho que ocasionó que mis lindos compañeritos me miraran con cara de: ¡¡¡Pinche vieja!!! ¿Nosotros estamos pintados o que?, la mera verdad no sé ni cómo se enteró el General cómo me gustaba el café, pero se lo agradecí enormemente, tomando en consideración que eran horas bastante groseras para estar talachando en domingo. Pasó el domingo de elecciones sin mayores complicaciones, si se considera como jornada normal la insolada, los crayones derretidos, las hostilidades de mis compañeritos de casilla, la torrencial lluvia (mero me ahogo), la toma por la fuerza de uno de los salones de la primaria en la cual nos encontrábamos, con el objeto que continuaran votando nuestros vecinitos aún con las inclemencias del tiempo, que nos hicieran falta dos boletas, y que yo llegará a mi casa en calidad de perro mojado, la jornada electoral terminó a todas margaritas.

Las siguientes semanas pasaron sin mayores novedades, y un día mientras papaba moscas en la oficina, recibí la llamada del General, quien me invitaba a tomar un café, la mera verdad me emocioné, y llegué puntual a la cita, él ya había llegado y tenía en la mesa mi cafecito justo como yo lo tomo (al día de hoy no he preguntado cómo obtuvo tal información), es justo decir que después de platicar un rato con él, poquito me faltaba pa’ babear, me pareció un hombre muy interesante, inteligente y encantador, me explicó que él vivía temporalmente en un departamento cerca del distrito puesto que tanto él como su familia radicaban en el Estado de México, y que la mayor parte de sus fines de semana los pasaba allá.

El tiempo pasó, citas fueron y vinieron, conferencias telefónicas casi diarias (sólo entre semana), y mientras yo me dedicaba a arrastrar el apellido por el General, llegó la etapa del “sospechosismo”, ya que aún cuando me había dicho que era soltero, ciertas actitudes me indicaban que algo andaba raro, así fue que un día me contó una historia que la bruta de la Caperuza se la creyó sin mayor trámite, en resumidas cuentas, él tenía una hija en Puebla con una muchachona aproximadamente de mi edad, con quien en algún momento de su vida tuvo un idilio del cual resultó una personita que en ese entonces estaba a punto de cumplir su tercer aniversario de existencia en este planeta, que al no tener una relación formal con la mamá, cada quien había decidido seguir su vida por separado, siempre procurando el bienestar del frutito de su idilio. La zonza de la Caperuza ya se hacía la mamá postiza de la supuesta moconeta quien si mi memoria no me miente su nombre era (si, era y no precisamente porque se haya petateado) Mariana.

Varios meses después, tuvo a bien confesarme que la historia de la hija no era cierta, la verdad era que él tenía una pareja en el Estado de México, a quien idolatraba y que yo le había gustado, solo que no imaginó que la relación entre nosotros se diera como hasta ese momento y por tanto tenía la obligación de confesarme que hasta ahí había llegado, puesto que su corazón le pertenecía a alguien más con quien veía su futuro. Posterior a las mentadas de madre, del modo más diplomático que pude, le agradecí la sinceridad y desee que fuera harto feliz (ajá), no pude reclamar, ya que siendo estrictamente fríos él nunca me prometió nada, ni intentó llegar más allá de un beso, y yo fui la que construyó sus castillitos en el aire (¡Qué raro!, nomás me dicen mi alma y ya quiero casa aparte). El General desapareció de mi vida, pero no por mucho tiempo…