viernes, 17 de octubre de 2008

Mi General (Cuarta Parte)

Eran las 10:30 de la mañana del sábado, la Caperuza, anticipando la posible visita del General (nunca convencida), ya estaba levantadita y trajinando cuando el teléfono sonó. Era el General, quien como broma de mal gustó dijo: ¡Hola Caperucita!, oye ¿qué crees?, no voy a poder ir. La venita de mi frente empezaba a brincar, cuando soltó la carcajada y rápidamente comentó: No, no es cierto, ya voy para allá, llego como en una hora. Tuve que apurarme y realizar todo el rito de belleza, el cual incluye baño, peinado, perfumeada, hojalatería y pintura en tan poquito tiempo, creí que la salvaba, pero el General llegó en friega, a los 45 minutos estaba tocando el timbre, a mi me hacía falta mi sesión de hojalatería y pintura, por lo que mandé a Doña Ros a que lo recibiera. Mientras me esperaba, el General se dedicó a entretener a Doña Ros, tanto, que debo decir que me sorprendió gratamente. Después me enteré que el General hizo gala de sus mejores encantos, y se dedicó a platicarle a Doña Ros sobre su vida y familia, en especial sobre León Felipe, el león que su abuelita tuvo en calidad de mascota. Doña Ros quedó fascinada con el General, cuestión que me tranquilizó, aunque de cierta forma ya lo sabía.

Puedo decir que me dio mucho gusto volver a verlo, aún más flaco, más viejo, recordé el efecto que tiene en mi. En el camino, el General se comportó como todo un caballero (¡pues si se trata del General!), se dedicó a hacerme reír, a hacer comentarios galantes y recordarme que no me es fácil darle carpetazo a tan encantador personaje.  Llegamos a la exposición, el estacionamiento se improvisó en medio de la pista de carreras del Hipódromo, de ahí unos camioncitos te llevaban al Centro Banamex, para que después de una caminata de más o menos 2 kilómetros, llegaras a la entrada de la exposición. Anticipando que iba a caminar, decidí utilizar mis zapatitos de piso, con la finalidad de no perder el estilo en ningún momento, y mi alma se regocijó cuando el General tuvo a bien hacerme notar “aquellas nacas que lejos de verse estilizadas con tacones, parecen pollos espinados”.

Los autos me gustan, no soy conocedora, pero iba con la actitud de pasar un buen rato, y más con la compañía que ese día llevaba, así que no me sorprendió que previo a entrar a la exposición, me fuera apercibido lo siguiente: Mira Caperuza, esto para mi es como cuando tú vas a ver ropa (se le olvidó mencionar: los zapatos, los discos, los libros, entre otros), digamos que se asemeja a la alegría de un niño al visitar un parque de diversiones, por lo que te agradeceré que seas paciente conmigo. Durante toda la visita a la exposición me comporté a la altura, es decir, con una sonrisa de reina de la primavera en carro alegórico y sinceramente no me costó trabajo, menos por las bromas y comentarios chuscos que el General tenía para mi, la pasé muy bien, me divertí como enana y me encantó el trato del General (el canijo sabe cómo mantenerme babeando), quien no me soltó.  Respecto a la exposición sólo puedo decir que parecía venta de Autofin, no había mas que 2 prototipos y la mayoría de los autos los podía ver uno rodando por Reforma sin mayor trámite. Salimos un poco desilusionados, pero el General (como los niños) debía llevarse algún souvenir y eligió un portaplacas para su súper automóvil deportivo, el cual escogí yo.

Con una sonrisa de oreja a oreja (como niño con juguete nuevo) el General y yo nos dirigimos a la salida, después de un trayecto de cómo media hora, tomando en cuenta la caminata de regreso y el transporte del camión al coche, llegamos al estacionamiento, el cual por encontrarse en medio de la pista del Hipódromo, le dio la idea al General de ir a ver las carreras mientras comíamos, idea que puso a mi consideración y la cual aprobé gustosamente.

Así fue que del centro de la pista, tuvimos que salir para dar la vuelta y entrar al estacionamiento del Hipódromo, de las opciones proporcionadas por el personal de información del Hipódromo, el General eligió el restaurante mexicano denominado “1943”. Cuando llegamos, apenas empezaba la primer carrera, así que el restaurante no estaba muy lleno, aunque las mejores mesas ya estaban ocupadas o reservadas, sin embargo, una vez más el General me dejó con el ojito cuadrado al darme cuenta que nos dirigían a una de esas mesas con ubicación privilegiada para apreciar las carreras. La Caperuza hasta ese día de su vida había prescindido de asistir a este tipo de eventos, más por falta de oportunidad que de ganas, y creo que el General también, porque después de estudiar concienzudamente el manual de cómo apostar, se dirigió a la práctica, y empezamos a apostar. La comida, la compañía, la plática, el ganar en las carreras en las que apostábamos, hizo de esa tarde una agradable experiencia.

Salimos del Hipódromo para dirigirnos a mi casa, en el camino el General y yo coincidimos que la experiencia del Hipódromo se había llevado la tarde, por lo que esperaba que en un futuro pudiéramos asistir más seguido. Me dio un cierto sentido de pertenencia que siempre que al referirse a volver al Hipódromo, al hacer tal o cual cosa, lo hiciera en conjunto, me queda claro que era una de esas herramientas de seducción que el General usa a fin que la Caperuza caiga rendida a sus pies. Al despedirse prometió llamar cuando llegara a su pueblo, y así lo hizo, también llamó durante los días siguientes, siempre agradeciendo la tarde que pasamos juntos.

No sé qué pase por su cabeza y su corazón, tampoco me toca investigarlo, ni mucho menos quebrarme la cabeza imaginando que el estar y luego no estar es parte de su estrategia, posiblemente no exista dicha estrategia. No sé si vuelva a reaparecer el personaje del General en mi vida, lo que si sé es que la pasé muy bien ese día a su lado, sé que él disfrutó volver a verme y me da gracia lo irónica que puede ser la vida, teniendo que pasar 2 años para que esta última experiencia se diera tal y como sucedió.

La historia del General sólo me deja con las siguientes conclusiones: (i) El General sabe su chamba, y usa todas las armas posibles cuando de seducir se trata, (ii) me gusta el misterio, y el juego que con el tiempo hemos aprendido como maestros entre él y yo, sin embargo, (iv) por mucho que me atraiga la personalidad del General, su falta de constancia y la historia que hay entre nosotros me obliga a cuidarme tanto que sería difícil verlo como algo más que un amor platónico, (v) creo que en la vida de toda mujer debe de existir un General que te haga los calzones yo-yo, que te recuerde que eres una princesa, que sea tan tentador que puedas perder la cabeza y sólo el amor propio te regrese al piso, que te recuerde cómo te gusta ser cortejada, que deje ese sabor agridulce de experiencias únicas aunque, evidentemente, tengas la certeza de que no se quedará a tu lado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues sí, todos necesitamos un pasatiempo, supongo. Buena esta saga del general, ¿cuándo l'otra?

Jo dijo...

caperuza te estaba buscando!