viernes, 10 de octubre de 2008

Mi General (Segunda Parte)

Corrían los primeros días del mes de diciembre del año 2007, la Caperuza se encontraba en una más de sus etapas de workoholic, ese día era la fiesta de fin de año de la empresa en la que laboraba, la cual para hacerla divertida (aún me pregunto, ¿divertida para quién?) decidieron que fuera temática, y que todos nos disfrazáramos con atuendos setenteros. La Caperuza llegó tarde en virtud que se quedó trabajando un ratito más (como si me hubieran pagado las horas extras), cuando llegué el salón estaba repleto por lo que sólo me quedó sentarme en la mesa de los Vicepresidentes con mi super vestido setentero, la comida se sirvió, el alcohol corría más rápido que Fitipaldi yendo a recibir herencia. La mayoría estaba en la pista de baile cuando de repente recibí una llamada, de alguna forma el General había obtenido el número de teléfono de mi nuevo celular, aún con el ruido del evento, reconocí su voz y en mi saludo se apreciaba el gusto que me daba su reaparición, aunque me imaginaba que ya se encontraba felizmente casado, hicimos las preguntas de rigor: ¿Cómo has estado?, ¿cómo está tu mamá?, ¿cómo obtuviste mi número telefónico? Poco pudimos platicar, sólo me enteré que ya no trabajaba en el distrito donde yo lo conocí, había solicitado su cambio al pueblo en el que se encontraba su familia y la novia (para efectos de este cuento, la denominaremos “la Ingrata”), se despidió y dijo que luego marcaría, conociéndolo era posible que lo hiciera por ahí de las próximas elecciones presidenciales, pero él ya no era parte de mi vida, así que sólo me quedó despedirme. Cabe aclarar que en ese entonces yo andaba de enamoradiza con un niño más joven que yo, a quien terminando el jolgorio setentero había quedado de ver en el bar de costumbre, por lo que aún cuando me dio gusto escuchar al General, no me movió el piso.

La siguiente semana, mientras buscaba un documento en mi desorden ordenado, mi celular volvió a sonar, era el General, que quería saludarme, por ser buena workoholic, no tenía tiempo de saludar viejos cariños y menos como para ponernos al día en nuestras vidas, por lo que me disculpé y me pidió le diera permiso de seguirme llamando, le dije que si, yo lo que quería era colgar y encontrar mi documento.  El General continuó buscándome, me llamaba ya fuera a mi celular, a la oficina o a mi casa; me enteré que la Ingrata lo había dejado vestido y alborotado, ya había entregado anillo de compromiso y hasta casa le compró, pero por alguna extraña razón la Ingrata lo botó no hacía más de seis meses atrás, el General había quedado muy dañado, tanto que hasta veinte kilos bajó del mal de amores.

Una noche, de esas en las que ni cuenta te has dado que ya solo queda el personal de limpieza y tú en la oficina, me llamó para saludarme, pensando que me encontraba en pleno convivio de juevebes, le tuve que aclarar que no, que estaba laborando, así las cosas no sé si medio en broma medio en serio, me dijo: “Caperuza, ya no trabajes tanto, hagamos algo, cásate conmigo, te pongo casa, automóvil, te pago la maestría y te mantengo, tú sólo encárgate de educar a nuestros hijos”, la mera verdad me dio tanta risa que creyera que podía reaparecer en mi vida así como así y no obstante venir a querer sacarme de trabajar, por lo que solté una carcajada tan sonora que bien pude cuartear el tirol del techo. Así pasaron los días, cuando decidió invitarme a pasar unos días entre Navidad y Año Nuevo a San Diego, le agradecí la invitación pero no tenía intenciones de volverlo a ver, pero el General es el General y a base de estrategia logró que fuera yo quien le pidiera nos volviéramos a ver.

Quedamos de vernos un domingo previo a las fiestas navideñas, y el domingo llegó (creo que yo también llegué al domingo) y su llamada me despertó, “Caperuza, ya levántate son las 11 de la mañana y tú todavía estas dormida… paso por ti como en tres horas, termina el almuerzo familiar y me lanzo a verte”, no me quedó otra mas que levantarme y meter mi persona (o lo que quedaba de ella) a bañar. Al salir volvió a llamar el General pa’ cancelar ya que al parecer todos se habían llevado sus autos y como él solo tiene un deportivo (que se note que eso de ser servidor público lo deja a uno cabalgando en las quijadas del hambre), le resultaba algo riesgoso meter tan vistoso automóvil a la Ciudad de México, así que con todo el dolor de su corazón, no lo quedó otra que cancelar nuestra cita. No sé qué me dio más coraje, que me levantara cuando acababa de llegar a dormir o que me hubiera hecho meterme a bañar pa’ dejarme bien plantada, por lo que no pude evitar dejar mostrar mi enojo y le dije que por su salud y por la mía ya no me buscara más.

La ilusa de la Caperuza pensó que esto había terminado y que el General ya no iba a volver a dar lata, ¡ja!, al parecer el General hizo oídos sordos a mi solicitud, ya que siguió insistiendo y durante los siguientes meses continuó buscándome, fue de los primeros en llamar el día de mi cumpleaños, y hasta a comer con su familia me invitó. Yo me rehusé a verlo en repetidas ocasiones, por lo que poco a poco fue perdiendo el interés, y cada vez eran más espaciadas sus llamadas, creí que la historia del General había concluido, pero una vez más me equivoqué.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como la hace usté cardiaca y cómo se hace una pendeja. Pero bueno, los pelados como este son buenos como deporte extremo. No te vayas a tardar tanto con la tercera parte, que me dejaste como Kalimán...